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Javier hernández Pacheco

Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla

Millán Astray y Unamuno

Millán Astray fue probablemente uno de los militares mejor formados de Europa

Vuelve a la discusión el incidente de Unamuno con Millán Astray en Salamanca, en aquel verano del 36 sobre el trasfondo de una España en guerra. Dejémoslo estar, y supongamos que Millán gritó aquello de ¡Viva la muerte, muera la inteligencia! Lo que no saben los que se apresuran a denostar por ello al militar, es que lejos de ser, como se supone, un signo de barbarie, ese grito refleja una fina sensibilidad para las corrientes intelectuales de la época.

Millán Astray fue probablemente uno de los militares mejor formados de Europa. No sólo incorpora en los reglamentos del Tercio lo mejor de la literatura técnica castrense de los años 20, recogida de ambientes franceses en los que se desenvolvía con soltura. Es además un admirador de la cultura oriental. Traduce del inglés textos claves del Bushido, que es el código moral de la cultura samurái, por entonces desconocida en Europa. Todo ello lo funde con coherencia y habilidad retórica en un paradigma antropológico de enorme fuerza, que todavía hoy sustenta el compromiso existencial de miles de hombres y mujeres en el muy honorable servicio militar a España y para la defensa de nuestra sociedad occidental de libertades.

Confluyen en ese paradigma no sólo valores orientales y otros antiguos de la cultura provenzal caballeresca. Tras la primera guerra mundial se extiende entre la juventud europea lo que podríamos llamar una tanato-filia que cuaja, muy especialmente en Heidegger, en una filosofía de la existencia según la cual también la aceptación de la muerte es el paso imprescindible hacia la autenticidad de una vida que sólo en ese último límite se "decide" a ser sí misma. Este desgarrado decisionismo existencial implica el rechazo de una intelectualidad cosmopolita e ilustrada que por aquellos años 20 empieza a ser percibida como decadente. Hablamos del capitán Scott, de los conquistadores de las paredes alpinas, de St. Exupery; del nietzscheano vive pericolosamente! De este modo, ¡viva la muerte, muera la inteligencia!, es un lema que podría igualmente abrir las páginas de Ser y tiempo. Y Millán Astray (1920) lo formuló antes que Heidegger (1927).

La aceptación de la muerte como límite de una vida miserable, libera al hombre de su culpa y lo ennoblece. Millán Astray -aunque se tratase en él de olfato intelectual más que de estudios académicos- sabía muy bien qué filosofía asumía, y también que cuando invita a la hez de Europa a enrolarse en una no menos maldita guerra colonial, ofrecía, a cambio del compromiso de morir, redención; y así convertir marginados en "caballeros" legionarios.

Es cierto que en medida no pequeña este ideal contribuyó al desarrollo de totalitarismos heroicos en los posteriores años 30. Pero contraponer a Unamuno y a Millán Astray como si de cultura y barbarie se tratase, cuando eran signo de dos filosofías que por lo demás tenían mucho en común, sería un síntoma más de la incuria con que solemos tratar a nuestra historia.

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