FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Para quienes somos de tierra adentro, el agua -en correntía, oleaje o quieta- es algo más que hidrógeno, dos tazas, por cada átomo de oxígeno: es fuente profunda de emoción y asombro. Ante el mar y el manantial siempre seremos criaturas boquiabiertas. Debe de ser por eso que vivo sobrecogida desde que, en la cripta de la iglesia de El Salvador, vi una especie de alberca cuyas aguas fluviales suben y bajan con la marea. Tiene la tierra de Sevilla un tanto por ciento de Atlántico, guarda en sí un remedo de mar. Es como esas ciudades fundadas en la estricta desembocadura de un río, como Oporto, por ejemplo. Solo que aquí el mar está a un buen trecho. Será la brisa de aquel golfo Tartésico que llegaba hasta Coria y del lago Ligustino que lamiera las faldas del Aljarafe y los Alcores, que aún mueve las cortinas. Será el retrogusto de aquella Sevilla como antiguo Puerto de Indias. O esto de haber tenido en el arrabal universidad de mareantes, capilla de marineros y advocaciones tan vinculadas al mar como la Estrella, la Esperanza o la del Carmen. O esta cierta afición a las sardinas que nos entran en las vísperas de estos días señalaítos. Me sonrío cada vez que escucho por la radio el anuncio que dice algo así como que el Acuario de Sevilla -que acaba de cumplir con buen balance el año de su reapertura- es la única ocasión de mar que aquí tenemos. Qué va. Aun desalado, hay suspendido en el aire y el agua de Sevilla un poquito de océano. No me extraña que en 1879 las gentes de la villa se acercaran al puente de Triana para saludar a unos delfines que habían remontado la marea desde Sanlúcar hasta la Torre del Oro. Allí se miraron de amor por vez primera -contó don Antonio- sus padres Antonio Machado Álvarez y Ana Ruiz.

Tampoco es de extrañar, a la sazón, el fervor playero de Sevilla. Mucho se habla del afecto de unos (y su correspondiente desafecto por parte de otros) al capirote, al traje de flamenca o a su equipo de fútbol, pero a menudo nos olvidamos de la afición (y denostación correspondiente) a las chanclas y la toalla: aquí se vive con alegre entrega la escapada o la larga estancia en las playas. Matalascañas, Rota, Chipiona, Mazagón o Conil son destinos de veraneo tan principales para miles de sevillanos que se tienen como propios -dicho sea en términos de usufructo, nadie en sus cabales toma aquello como si fueran sus aguas jurisdiccionales-. En los pasados días, varios compañeros de página han reflexionado sobre lo poco que nos dura limpia la ciudad. Invoco a los dioses lares de piso-playa (y un poquito también a Poseidón) para que defendamos de la usura y la basura la parte de orilla en la que nos refresquemos. No se me ocurre en estos tiempos mejor manera de demostrar que en Sevilla nos sigue latiendo dentro el ancho mar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios