José Pérez de Lama Halcón | Arquitecto y profesor de la ETSA

“Hay que pensar en cómo redistribuir la riqueza que se genera en las redes”

  • Cosmopolita con firmes raíces sevillanas, ha trabajado en cuestiones punteras como la bioclimatización, las relaciones entre redes y arquitectura o la construcción digital

José Pérez de Lama, en un momento de la entrevista.

José Pérez de Lama, en un momento de la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

La pinta de José Pérez de Lama Halcón (Sevilla, 1962) bascula entre la del profesor Bacterio y la de un personaje de la Bohème. En su caso, el hábito sí hace al monje, porque este arquitecto y profesor en la ETSA de la Hispalense pertenece a ese grupo de extravagantes, pioneros y visionarios que unen tecnología, urbanismo, cultura, ecología, economía y movimientos sociales para pensar en una ciudad más habitable. José Pérez de Lama es miembro también de la cofradía de los ‘modernos’ enamorados de Sevilla, aunque desde muy joven viajó por todo el mundo debido al empeño de su padre, el ingeniero de Caminos homónimo (que fue alcalde de Sevilla y presidente de Pineda), de “convertirme en una persona cosmopolita”. Realizó su tesis doctoral sobre Los Ángeles, participó en el equipo que diseñó la bioclimatización de la Expo y fue fundador y miembro de hackitectura.net (que experimentaba con las relaciones entre el mundo multimedia y la arquitectura). También ha sido pionero en la Universidad de Sevilla en la investigación de construcción digital, para muchos el futuro de la arquitectura. Es autor de los libros Devenires cíborg. Arquitectura, urbanismo y redes de comunicación (2006, Universidad de Sevilla) y Cartas Shanghainesas (2011, Lugadero).

–¿Quién es esa señora tan elegante de la imagen?

–Es Augusta Ada Byron, más conocida como Ada Lovelace. Fue un personaje muy curioso, hija de Lord Byron, y pionera de la informática junto a su amigo Charles Babbage, el inventor del primer ordenador, la máquina analítica. Ada Lovelace, que era matemática amateur, concibió la idea del software, el que un aparato no tuviese que hacer siempre lo mismo, sino que, con unas tarjetas, se podía programar para distintas funciones. Digamos que es algo así como la patrona de las mujeres tecnólogas. En 2003, con las movilizaciones en la Universidad contra la Ley Wert, llevamos esa imagen junto a otros personajes: Cervantes, Curie, Kafka…

–¿Y el chester donde se sienta?

–Mi madre, que es muy generosa y me hace muy buenos regalos.

–Como arquitecto y profesor, usted siempre ha estado muy atento a la tecnología.

–Lo intento. Llevo más de 20 años tratando de relacionar la arquitectura con unas tecnologías digitales que están afectando profundamente nuestras vidas. En su día, a finales de los noventa, me influyeron los argumentos de Manuel Castells, quien observó cómo se estaba pasando de los espacios de los lugares a los espacios de los flujos.

–¿Espacios de los flujos?

–Sí, por un lado está todo ese movimiento de información y personas por el mundo. Pero también hay que tener en cuenta que los bits están ubicados en un lugar físico: en un centro de datos, en un chip, van por una red… Esos sitios los tiene que diseñar alguien pensando en la buena vida, en la autonomía de las comunidades, etcétera. Ingenuamente, el grupo al que pertenecía junto a Sergio Moreno y Pablo DeSoto , hackitectura.net, pensábamos que éramos arquitectos de esos espacios de los flujos.

–Con el paso del tiempo y según lo visto, ¿se considera un tecno-optimista o un tecno-pesimista?

–Yo me he enamorado varias veces de las redes y los ordenadores, y siempre ha habido una decepción. Aparte de esa broma, me considero un tecno-crítico. En hackitectura.net pensábamos que la tecnología brindaba una oportunidad de construir otra sociedad. En los 90 las redes eran mucho más libres, cualquiera se podía montar un servidor, estaba en auge el software libre… Todo era fascinante, extraordinario… Después vino un cierre muy preocupante y pasamos al estado actual en el que un puñado de corporaciones dominan la red: Google, Amazon, Facebook… Es cierto que Google, por ejemplo, nos ofrece muchas cosas, pero también contribuye a la precariedad y se nutre de todos nuestros datos, con los que no sabemos muy bien qué están haciendo.

–¿Nos están vampirizando?

–Ese es un término muy querido por Marx. Estas grandes empresas están capturando el valor generado por la cooperación social para ganar muchísimo dinero. Mientras tanto, aumenta la precariedad de sus usuarios. Hay que pensar en cómo redistribuir la riqueza que se produce en las redes.

–Ha citado a Marx. Veo que tiene una de esas huchas irónicas con la cabeza de Marx… Das Kapital.

–Me gusta leer a Marx, aunque sólo sea por cultura general, pero no soy marxista, más bien soy guattariano, por Félix Guattari, el psicoanalista y filósofo francés, que tiene una visión mucho más compleja de las cosas.

En los 90, las redes eran más libres. Ahora están doninadas por cinco grandes corporaciones

–Uno de los proyectos en los que ha trabajado con hackitectura.net fue el de la Wikiplaza. ¿En qué consistía?

–Pensábamos que el espacio público tenía una capa nueva: lo digital. Aparte de las piedras o los cuerpos de las gentes, están los datos y los flujos electrónicos que hacen que sucedan nuevas cosas que antes no sucedían. Planteábamos que la gente participase en la construcción de esa capa digital. Trabajamos en un concurso que hubo en Sevilla, la Plaza de las Libertades, en Santa Justa. En colaboración con Pepe Morales y Sara de Giles, e intentamos ver cómo podíamos aumentar la participación en ese espacio público…

–¿Una especie de Smart City (ciudad inteligente)?

–Sí, pero una smart city más colaborativa, producida desde el movimiento asociativo, no desde Google o la empresa que sea. En definitiva, la Wikiplaza era un espacio que se construía como la Wikipedia, de una forma colaborativa. Intentábamos transmitir la idea de que el espacio público no es algo que simplemente está, sino que se construye con actividades, con gente, eventos… Finalmente, el proyecto de la Plaza de las Libertades no salió, pero lo modulamos y lo aplicamos parcialmente en otros lugares: un Media Lab (laboratorio multimedia), un estudio portátil de televisión, unos sistemas de proyecciones urbanas (que ahora ya no me gustan tanto)… Estos proyectos los llevamos a la Plaza de la Bastilla de París, San Sebastián, Cáceres…

–¿Qué más hicieron en hackitectura.net?

–Proyectos como Indymedia Estrecho (2003-2007), Fadaiat (2004-2005), Mapping the Commons (2010-11). Estos y otros trabajos de fueron expuestos, entre otros lugares, en el ZKM de Karlsruhe, el LABoral Centro de Arte y Creación Industrial de Gijón y el Museo Nacional de Arte Contemporáneo en Atenas. Recibimos diversos premios internacionales.

–Antes de todo esto, siendo muy joven, en 1987, trabajó con López de Asiaín en la bioclimatización de la Expo 92.

–Sí, colaboré en la redacción del capítulo sobre Acondicionamiento bioclimático de los espacios abiertos del Plan director para la Expo. Fue algo pionero a nivel mundial: Sevilla produciendo vanguardia tecnológica a tope. Colaboramos también con ingenieros como Servando Álvarez, Ramón Velázquez, Valeriano Ruiz… Después me fui a Los Ángeles a seguir estudiando sobre estos asuntos con Baruch Givoni, una autoridad mundial en las relaciones entre el clima, la arquitectura y la ciudad.

–Parece que, pese a que Sevilla fue pionera en la bioclimatización, no hemos terminado de asimilar la lección.

–Ahora ha sido muy interesante el debate que se ha producido por el calor en algunas escuelas públicas. Pese a que la opción de los padres en un principio era colocar sistemas de aire acondicionado –lo que significaba colaborar al aumento de las emisiones y, por tanto, con el calentamiento–, se ha visto finalmente la necesidad de repensar estas infraestructuras desde la tradición constructiva local: sombra, muros gruesos... Ahora hay muy buenos arquitectos en Sevilla en esta materia, como Gabriel Verd. En Estados Unidos se habla desde hace ya años del New Green Deal: el desarrollo de infraestructuras verdes, renovables y sostenibles permitirá un nuevo periodo de prosperidad; es una oportunidad económica. Piense lo que supondría rediseñar la ciudad, mejorar la sostenibilidad de los edificios, cambiar los sistemas de energía…

–¿Cómo debe ser una ciudad?

–Soy de los que piensan que el modelo más adecuado es el mediterráneo, pero adaptado a la contemporaneidad. Es decir, una ciudad densa y compleja.

El desarrollo de infraestructuras verdes, renovables y sostenibles es una oportunidad económica

–¿Densa y compleja?

–Frente a la ciudad difusa, como Los Ángeles o Houston, con muchos chalets, centros comerciales y carreteras, está la ciudad como nuestro centro histórico o Los Remedios, en la que se usa el suelo de una manera más racional. Además genera complejidad; es decir, acoge muchos usos y actividades que se cruzan y enriquecen: comercio, residencia, ocio… El gran debate de hoy en día es cómo entre todos construimos una ciudad que no sólo sea bonita, con sus árboles y sus calles bien trazados, sino que sea accesible para todos y que tenga un buen metabolismo urbano…

–¿Metabolismo urbano?

–La ciudad debe saber solucionar problemas como la basura que produce sin convertirse en un problema ambiental, sin exportarla fuera de sus límites.

–Ha hecho una tímida reivindicación de Los Remedios. ¿Es eso una provocación?

–Existe cierta reivindicación de Los Remedios por lo que hablábamos antes, por su densidad y su complejidad. El paso del tiempo ha influido mucho.

–Una de sus últimas obsesiones es la fabricación y la construcción digital. Veo que tiene aquí una pequeña impresora 3-D.

–En este asunto empezaron arquitectos como Frank O. Gehry, que para hacer las piezas de edificios tan complejos como el Guggenheim de Bilbao, las diseñaban digitalmente y, luego, las fabricaban en máquinas de la industria aeronáutica o automovilística. Se ganaba en precisión, ahorro y rapidez. De ahí se llegó a la idea de que los ordenadores podían construir edificios. En la Universidad de Sevilla creamos un curso de libre configuración sobre esta técnica pionera y, cuando la Escuela de Arquitectura empezó a comprar maquinaria, Manuel Gutiérrez de Rueda y yo montamos el FabLab (el laboratorio de fabricación digital). Esta impresora digital que tengo aquí en casa imprime objetos pequeños de plástico, pero estamos hablando de una tecnología que puede llegar muy lejos.

–¿Cómo de lejos?

–En California y China hay gente que ya está imprimiendo casas con hormigón. A Norman Foster, la Agencia Espacial Europea le encargó un diseño para imprimir casas en la luna aprovechando los áridos de allí. Figúrese lo que costaría llevar el hormigón de la Tierra a la Luna...

–Una curiosidad, ¿por qué tiene tantas sillas diferentes?

–Las sillas son pequeños fetiches para los arquitectos. Son como pequeños edificios; tienen que ver con la belleza, la comodidad, la ergonomía, la construcción… Algunas de las que ve son de Ikea de 10 euros, pero esa otra es la llamada Aeron y fue diseñada por Herman Miller. Dicen que la gente de Silicon Valley suele exigir en su contrato que su silla de trabajo sea esta. Tiene muy buen diseño y es muy sana para la espalda, pero es cara. Es un lujo que me permití.

–¿Y ésta en la que estoy sentado?

–Es diseño de Charles & Ray Eames, que eran unos de los más importantes diseñadores norteamericanos de los años cincuenta. Ellos aplicaron la tecnología de la madera laminada a la fabricación de muebles.

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