-
Hay pocos sitios que hablen tanto sobre los vivos que los que éstos destinan a sus difuntos, apunta el profesor Javier Rodríguez Barberán, que lleva tres décadas estudiando los cementerios. Los camposantos son depósitos de memoria y un patrimonio que no siempre tiene esta consideración. ¿Dónde se ha situado la frontera entre los vivos y los muertos a lo largo de la historia de Sevilla? Un recorrido por la geografía funeraria de la ciudad ayuda a valorar la función de los lugares de enterramientos.
-
Un paseo por las tumbas, criptas y mausoleos del Cementerio de Sevilla
Las murallas de la ciudad han marcado el límite entre los vivos y los muertos durante muchos siglos. En la Antigüedad las tumbas se situaban en las afueras, extramuros, vinculadas a caminos y calzadas, a las vías. Las necrópolis ocupan un área importante pero la composición que hoy se puede hacer de estos espacios se basa en retazos. Áreas funerarias eran, por ejemplo, el Prado de San Sebastián (aparecieron algunos restos en las obras de la estación de Metro) y la Avenida de Roma, la Plaza de la Pescadería, el entorno de Bustos Tavera-San Luis, San Bernardo, calles Águilas-Imperial, San Telmo, Puerta Osario-Gallos...
Ya en una primera fase de cristanización del mundo funerario, las tumbas se empiezan a concentrar en torno a sepulcros relevantes o mausoleos de cierta monumentalidad, lo que se conoce como martyria.
Es el caso de la necrópolis de la Carretera de Carmona, 6, junto a la iglesia del ex convento de la Trinidad, que continuó como espacio funerario hasta el siglo VII. Los procesos de estratificación han permitido diferenciar entre diferentes cotas y usos. Fue un área funeraria entre el siglo I al siglo VII.
A partir del siglo V el paisaje funerario de esta necrópolis cambia con la construcción de un gran monumento, un edificio cuya dimensión real se desconoce, aunque se piensa que la cabecera está en el hoy garaje del edificio Trento (Carretera de Carmona, 6) y los pies están en el edificio Toscana (Carretera de Carmona, 10). Lo que se ha podido documentar no permite hacer afirmaciones rotundas, pero algunos arqueólogos apuntan que bien se trate de un martyrium, bien una basílica o simplemente un monumento funerario vinculado a un personaje muy importante de la comunidad cristiana hispalense, como lo demuestra la gran densidad y cantidad de enterramientos encontrados alrededor, de forma concéntrica, a la edificación. Y por ello la memoria histórica de la ciudad lo mantuvo durante siglos como espacio sacro que se relaciona con el martirio sufrido por las santas sevillanas Justa y Rufina, cuya memoria aún se encontraba viva cuando Fernando III entró con sus tropas en la ciudad y donó estos terrenos a una influyente comunidad religiosa, los Trinitarios Descalzos.
¿Estaba allí enterrada alguna de estas dos santas? No hay evidencias para poder afirmarlo, sí muchos apuntes. La memoria de Santa Justa y Rufina no ha pervivido ininterrumpidamente desde su martirio.
En la época andalusí se pierde y cuando la embajada castellano-leonesa llega autorizada a Sevilla para trasladar a territorio cristiano los restos de Santa Justa se vuelve a León con las reliquias de San Isidoro de Sevilla al no encontrarse el lugar donde estaban sepultadas las patronas de la ciudad. Luego hay textos islámicos que hablan de la llamada anisat rubina (iglesia de Santa Rufina), ubicada en extramuros en el Campo de los Mártires o Prado de Santa Justa, en las inmediaciones de la puerta del Sol y el arco norte que se extiende entre el actual convento de Capuchinos, la puerta de Córdoba y el convento de la Trinidad (hoy colegio salesiano).
Entre los siglos VIII y XII estuvo abandonada y luego en la época almohade siguió siendo área funeraria, lo que explicaría la aparición de algunos restos islámicos, como también se han descubierto en un solar cercano, el que ocupaba el antiguo Bazar España.
Los arqueólogos que intervinieron, Inmaculada Carrasco y David Doreste, encontraron numerosos enterramientos con distintas prácticas desde la incineracion hasta la inhumación y hasta algunas tumbas de mensae (sepulturas de tradición pagana). Ya en el siglo XII y XIII hay constancia de un uso doméstico, de vivienda, aunque se reserva un área para enterramiento ocasional.
En el periodo contemporáneo, a partir del siglo XVIII, las investigaciones avalan que estos terrenos fueron huerta de los trinitarios hasta pasar a manos privadas. En el siglo XX allí hubo una parte de una fábrica de cristal y en los años 50 pasó a ser un concesionario y taller de coches. La construcción de cimentaciones y la instalación de redes de saneamiento afectaron mucho a la conservación de los restos.
La instalación de pozos para recoger el aceite de los coches destruyó gran número de tumbas de cronología romana en una parcela donde, tras las excavaciones, sólo se han dejado algunos vestigios.
En la Edad Media empiezan a penetrar las tumbas en las ciudades. Templos y conventos se pueblan de tumbas y criptas y las parroquias convierten su entorno en cementerios colectivo. Y hasta finales del siglo XVIII no se cambia ese registro. Una excepción es el mundo musulmán.
En la Sevilla islámica los enterramientos se encontraban fuera y sólo algunos miembros de la nobleza o los santones recibían sepultura intramuros. Ejemplos de cementerios musulmanes se encuentran en la Alameda de Hércules, Buhaira, Castillo de San Jorge, Ronda de Capuchinos (Bazar España) y prado de San Sebastián (estación de Metro).
Posteriormente, desde los primeros momentos de la conquista cristiana, los judíos ocuparon en Sevilla un barrio extramuros, al norte del Alcázar. La judería sevillana llegó a convertirse en la segunda comunidad hebrea del reino, después de la de Toledo.
La necrópolis judía estaba situada en la calle Cano y Cueto, extramuros de la ciudad medieval y se extendía hasta la zona que hoy ocupa la Diputación. Se han encontrado evidencias hasta la calle Marqués de Estella, en San Bernardo. De ella se conserva una tumba en un parking público, el de Cano y Cueto. La tumba de origen sefardí apareció durante las obras que se llevaron a cabo en la zona hace treinta años.
El resto que se conserva, en el interior del subterráneo, es un enterramiento realizado en ladrillo y cubierto con bóveda. Junto a él un breve cartel que indica a qué pertenecen los restos y una imagen del yacimiento original.
Como curiosidad, frente a la Diputación, se encontró en las excavaciones un enterramiento de una persona de rasgos negroides, probablemente un esclavo cuyo cadáver no fue ni siquiera sepultado, sino fue arrojado entre la muralla y la barbacana.
Después de la Reconquista, los enterramientos se hacen en iglesias y sus entornos. Cementerios parroquiales, en espacio público, había en la Plaza del Salvador o en San Andrés, por citar algunos.
'Para quienes ostentaban el poder político, religioso o económico, o para los miembros de gremios o cofradías, una tumba digna era algo por lo que merecía la pena realizar un esfuerzo', explica Rodríguez Barberán.
Gran parte de los altares, capillas y otros bienes muebles y hasta inmuebles se levantaron como compensación por el gasto de sepultura en estos espacios sagrados. Quienes no podían tener este privilegio asumían que irían a fosas comunes. ¿Y cuándo sobrevenían grandes epidemias? No bastaba ni se recomendaba por motivos de higiene y salud usar el subsuelo del interior de la ciudad.
Para estos momentos excepcionales se habilitaban carneros (fosas comunes) y cementerios extramuros. Uno de ellos, inmortalizado en un cuadro que se conserva en el Hospital del Pozo Santo, es el del San Lázaro, que recoge enterramientos realizados durante la mayor epidemia sufrida por la ciudad, la de 1649.
En el siglo XVIII ya se es consciente de la necesidad de sacar fuera a los muertos. Carlos III y su Real Cédula de 1787 marca un punto de inflexión al ordenar la edificación de cementerios extramuros.
Pero en Sevilla la situación se va retrasando dada la dificultad de que la gente abandonase una práctica cristiana anclada en fuertes convicciones, hasta que la gran epidemia de fiebre amarilla de 1800, que, según los anales, dejó casi 15.000 muertos en Sevilla, obliga a adoptar otras medidas.
“Ya en 1786 el Cabildo hispalense propuso la elección de varios sitios para esos cementerios extramuros vinculados a edificios religiosos: ermita de San Sebastián, huerta de Santa Teresa, huerta y convento de Capuchinos y ermita de la Concepción, pero todo se quedó en un proyecto”, comenta Óscar Ramírez, arqueólogo de la Gerencia Municipal de Urbanismo.
En 1819 la situación cambió a raíz de otra epidemia y varios personajes ilustres solicitaron permiso para, en caso de fallecer, poder ser enterrados en el atrio de la ermita de San Sebastián, hoy parroquia, en el Porvenir.
Primero estuvo controlado por la hermandad allí radicada, pero luego, en 1827, se convirtió en el primer cementerio extramuros público. “Desde el punto de vista arquitectónico carecía por completo de interés, como demuestran dibujos realizados por el viajero inglés Richard Ford, pero la iniciativa supuso el arranque de un proceso que no tenía ya vuelta atrás”, comenta Rodríguez Barberán.
El de San Sebastián no era el único cementerio civil del siglo XIX. Coincidió unos años con el cementerio de San José, edificado a partir de un proyecto de Melchor Cano en 1833.
¿Dónde se situaba? Entre el Patrocinio y el monasterio de la Cartuja, terrenos que actualmente están en el entorno de la Torre Sevilla y el Caixafórum.
Poco se ha estudiado sobre su existencia, era una edificación modesta, un espacio para nichos sin mas valor arquitectónico, y su memoria, a pesar de ser relativamente reciente, se ha perdido por completo.
La mortandad que provocó el cólera-morbo fue tal que en poco tiempo el cementerio de San José se quedó pequeño, a lo que también contribuyó el considerable aumento de población que experimentó Triana a partir de 1850.
Cerró en 1885.
La idea de cementerio como un espacio urbano para la muerte que existe a mediados del siglo XIX en algunas ciudades europeas llega a Sevilla con el cementerio de San Fernando, ideado por Balbino Marrón con la intención de incorporar a la capital modelos de arquitectura funeraria que ya se estaban imponiendo en Europa donde ya había un hito fundamental: el cementerio de Père-Lachaise de París.
Abrió sus puertas en 1853 con la mayor parte de las obras previstas sin ejecutar. Muchas se quedaron en el papel, según recuerda Rodríguez Barberán. Pero el concepto de este lugar para muertos cambió radicalmente y, aunque fuera de la ciudad, el paisaje del cementerio se convirtió en una extensión de lo que estaba pasando en Sevilla. “El cementerio del XIX tiene algo de los sueños frustrados de una Sevilla que, al modernizarse, ponía su mirada en otras grandes urbes a las que soñaba con emular”, comenta Rodríguez Barberán, que en cierta ocasión ya planteó que el ciclo histórico (no vital) del cementerio había quedado prácticamente cerrado hacia 1950.
Es por ello que reclama que se considere un activo patrimonial de la ciudad, pues encierra siglo y medio de la vida de Sevilla, es un paisaje y permitiría, por ejemplo, dar muchas lecciones sobre historia a estudiantes.
Dos años después de inaugurarse el cementerio de San Fernando, que contempló un proyecto fallido de cementerio jardín para protestantes, se creó otro en Sevilla que, a pesar de ser uno de los lugares más desconocidos de la ciudad, sigue en pie en San Jerónimo.
Se trata del cementerio de San Jorge, conocido como el de los ingleses, y el último enterramiento tuvo lugar en 1995. Fue el vicecónsul de Reino Unido en Sevilla, John Benjamin Williams, quien decidió comprar un terreno en las afueras para enterrar a los marineros ingleses que fallecían víctima de la tuberculosis, lo que impedía repatriar sus cuerpos.
Esa colonia británica estaba formada por marineros, navieros e industriales que se instalaron en la zona de Huelva (cuenca minera) y Sevilla, donde establecieron varias fábricas, como la de Pickman de la Cartuja, por ejemplo.
Según algunas documentaciones, en este camposanto reposan los restos de Bernard Whishaw, que abrió en la calle Ángeles el primer Museo Arqueológico en Sevilla; John Scroop, héroe de la Guerra de la Independencia que murio en el puente de Triana; o Gilbert Farquharson, hijo del primer presidente del Sevilla FC.
Personajes ilustres que optaron por un cementerio propio porque su religión era protestante. Antes usaron de forma provisional una zona próxima al antiguo convento de San Diego (Lope de Vega), donde se había establecido una fábrica de curtidos. No hay precisión del número de tumbas, en suelo y en pared.
La historia de este cementerio, en la calle Marruecos, justo al lado del monasterio de San Jerónimo, no sólo sorprende por ser un episodio poco difundido, sino por su estado actual.
Este recinto es privado y ha estado siempre gestionado por la Asociación San Jorge, que, al parecer, se debe hacer cargo de su mantenimiento. Vecinos de la zona confirman que alguna vez acude personal para adecentarlo, pero lo cierto es que está vandalizado y resulta casi imposible contactar con algún responsable.
En 2014 la citada asociación presentó alegaciones al plan urbanístico que ordenaba la zona para que el cementerio no desapareciera, pues estaba previsto convertir el solar en un SIP (suelo de interés público).
Las alegaciones se desestimaron y no fue posible seguir con el proceso hasta el punto que para evitar que condicionara el desarrollo urbanístico de la zona, se ha optado por catalogar la parcela como jardín y no se puede construir a menos de 50 metros.
'Lo ideal es que se abriera al público y se convirtiera en un jardín romántico, sería un espacio para el barrio y también un reclamo turístico', apunta el arquitecto Honorio Aguilar.
Hay un turismo funerario, también llamado con necroturismo, que salta a la actualidad especialmente en noviembre.
En Sevilla hay asociaciones culturales que organizan rutas pero tal vez haya curiosidades que algunos visitantes se hayan llevado en la memoria de sus cámaras fotográficas y sean poco conocidas por el sevillano.
En un bar de la calle Mateos Gago, esquina Ángeles, hay una lápida funeraria en la solería que da la bienvenida al visitante. Según explica el arqueólogo Óscar Ramírez, a partir de la desamortización de Mendizábal se fueron derribando muchas iglesias y edificios cristianos y el material se vende como derrubio.
Hay lápidas en la colección municipal que proceden del Corral de la Encarnación, antes ermita, en Triana. Probablemente, la lápida de Mateos Gago procedía de algún derribo y, como material noble, se usó en esa vivienda.
Algunas fuentes apuntan que no es una lápida funeraria sino laudatoria y que puede proceder del antiguo Colegio Santa María de Jesús, donde se fundó la Universidad de Sevilla.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios