Real Madrid-Sevilla FC | El otro partido

El agujero blanco del Bernabéu

  • El poder intimidatorio del Madrid ha devorado al VAR: árbitros interpretan jugadas que no admiten interpretación para no ser puestos en el disparadero

Martínez Munuera anula el 0-1 de De Jong ante la sorpresa de éste y de Munir.

Martínez Munuera anula el 0-1 de De Jong ante la sorpresa de éste y de Munir. / Joaquín Corchero

El Real Madrid es grande, grande. Grandísimo. Que se lo digan al PSG o el Bayern, que se fueron del Santiago Bernabéu hace unos años, en eliminatorias directas camino de las finales de la Champions, con la sensación de haber sufrido un hurto. Ellos, que son los señores feudales de sus respectivas ligas, ellos, a los que ponen alfombra por donde quiera que van en Francia, Alemania o toda Europa, hocicaron en La Castellana. Fueron uno más. Pasaron por el mismo aro que pasan los parias españoles que visitan el gran coliseo blanco desde que el fútbol es fútbol. Allí radica un agujero negro, o más bien blanco, que todo lo devora. hasta el VAR.

Si los grandes acorazados europeos se fueron de Madrid maldiciendo a los árbitros, cómo no lo iba a hacer un equipo, el Sevilla, que aún se halla a un buen puñado de millas de distancia de esos buques, por mucho que haya crecido en este siglo y se haya ganado la distinción de grande en los torneos continentales. Allí donde todos son uno más, ¿cómo no, lo va hacer el Sevilla?

Es iluso pensar en que el VAR y el VOR, siglas ya siniestras en apenas dos años de vida, iban a obrar como un antiséptico para eliminar el olor a podredumbre del fútbol español. Todo lo contrario. Más bien se trata de un líquido inflamable que aviva el fuego de la polécmica y expande la pestilencia.

En cuanto una jugada puede abrir una vía a la interpretación, aflora el hombre condicionado por el entorno para decidir. Esto es, el árbitro medroso. El árbitro que cobra hoy día una pasta gansa por pitar y que teme por perder su lugar de privilegio. El que no quiere ser protagonista durante la semana posterior en programas basura de televisión, con montajes de vídeos dignos de la más indigna prensa amarilla, o debates artificiales y circenses.

Gudelj estaba con sus dos pies plantados en la hierba. ¿Que aprovechó su situación para obstaculizar a Militao? Pues claro. Si se quita para dejarle el camino expedito hasta De Jong, es posible que Julen Lopetegui lo hubiera colgado de la percha al término del partido. El balcánico hizo lo que había que hacer. Y De Jong, también.

Quien no lo hizo fue el novato trencilla del VOR, el abulense Soto Grado, avisando al valenciano Juan Martínez Munuera en una acción abierta a la interpretación.

Quienes temían que el VAR iba a apagar las discusiones de barra de bar pueden quedarse tranquilos. Antes al contrario, las está avivando. Porque ya no se trata de un árbitro que no ha visto una acción o que no ha querido verla. Se trata de prefabricar la injusticia con la entrada en acción de la razón.

De las destempladas palabras de Monchi y Lopetegui tras el partido se desprende que esa polémica acción que privó al Sevilla de irse al descanso con ventaja tras su clara superioridad cayó como una bomba en la mente de todos los actores sevillistas. Fue demasiado grave para que el buen plan hubiera acabado engulléndose el error.

Monchi recordó con rabia tras el partido que el Sevilla era el tercer equipo que más títulos había conseguido en España en este siglo. Fue su modo de pedir más respeto. En frío, se convencerá de que su equipo, su club, es uno más en ese escenario. Con VAR o sin VAR. Al final interpreta, y decide, un hombre medroso y condicionado que tiene miedo a perder la enorme soldada que cobra por pitar.

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