Ink | Crítica de Teatro

Hay vida en el Hades

Dimitris Papaionnaou y el joven bailarín alemán Suka Horn en una escena de 'Ink'.

Dimitris Papaionnaou y el joven bailarín alemán Suka Horn en una escena de 'Ink'. / Julian Mommert

En la mitología griega, Hades no solo era el nombre que se daba al inframundo o mundo de los muertos sino también al dios que lo habitaba y reinaba en él.

Y Dimitris Papaionnaou, profundamente griego a pesar de su eclecticismo universal, crea en Ink, su último e inquietante trabajo, un Hades íntimo y particular, su propio Hades.

Como un elegante dios del siglo XXI, habita un lugar oscuro que podría ser el escenario de sus sueños y de sus pesadillas. Pero bien podría ser también el resultado de la locura que aqueja a la humanidad. ¿Cómo saberlo?

Lo que sí sabemos es que hay vida en ese reino de apariencia terrible, una vida que fluye poderosa a través de un chorro de agua que no cesa y que le permite interactuar con otros seres vivos –un pulpo, algunas aves- hasta que, de pronto, reptando por debajo del agua, otro ser humano, con una desnudez primigenia, irrumpe en sus dominios.

El primer encuentro de estos dos seres, separados al comienzo por una plancha de plástico maleable, es sin duda lo mejor del espectáculo. Las emociones se le disparan al dios, hermano mayor de los titanes, pasando de la sorpresa a la aceptación, a un reconocerse en el otro… y de ahí a la violencia. Dominio y sumisión. ¿Cabe otra posibilidad?

El infierno que Papaionnaou tiene en la cabeza, o en el subconsciente, solo él lo conoce. Resulta muy difícil entrar en su críptico territorio, en la línea de tiempo que lo atraviesa.

Pero el ateniense es también es pintor y un gran artista plástico y en Ink ha decidido llevar a cabo una performance que conquiste al espectador a través de las imágenes: cuerpos que se convierten en manantiales, luces fantasmagóricas sobre las paredes de plástico que lo encierran con sonidos de agua chocando en las distintas superficies…

Sí, en eso, como ha demostrado en tantas ocasiones, Dimitris Papaionnaou es un verdadero maestro.

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