Pixel | Crítica de danza

Danzas urbanas para un mundo digital

Una de las escenas corales más espectaculares del espectáculo presentado anoche en el Maestranza.

Una de las escenas corales más espectaculares del espectáculo presentado anoche en el Maestranza. / Guillermo Mendo

Mourad Merzouki se formó desde niño en las artes circenses y marciales, pero a los quince años se enamoró del hip-hop y de las danzas urbanas y a ellas ha dedicado gran parte de su talento y de su gran energía.

Tras cofundar su primera compañía de danza, Accrorap (entre otros con Kader Attou, colaborador en alguna ocasión del bailaor Andrés Marín) en 1996 decidió formar su propio grupo, que tomó el nombre de su primer espectáculo: Käfig (‘jaula’, en alemán y árabe).

Con dicha compañía y con el Centro Coreográfico Nacional de Créteil y del Val-de-Marne, que dirige desde 2009, Merzouki no ha parado de crear y de pasear sus creaciones por todo el mundo.

Estrenada en 2014, Pixel es una de sus coreografías más populares y, según el propio coreógrafo, el fruto de la fascinación que le produjo el trabajo que Adrien Mondot y Claire Bardainne llevan a cabo con las imágenes digitales.

El espectáculo se convirtió así en un diálogo entre los bailarines y las espectaculares imágenes animadas, incluso tridimensionales, que los rodean: una cuadrícula de puntos que se convierten en copos de nieve, círculos que los rodean, un suelo que se deslizan bajo sus pies...

Priman pues los efectos y la interacción entre la ficción y el mundo real, aunque, a diferencia del cine y de la televisión, son los cuerpos los elementos centrales en la escena. Cuerpos jóvenes de una decena de bailarines que van mostrando, escena tras escena, con transiciones corales llenas de dinamismo, su fantástica preparación física en los típicos números acrobáticos del hip-hop y las danzas urbanas.

Junto a ellos, verdaderos maestros algunos en técnicas como la del aro acrobático o la del patinaje sobre ruedas, destaca la única mujer, una contorsionista que nos dejó en repetidas ocasiones posturas y actitudes realmente imposibles.

Magníficas proezas individuales que, sin embargo, no logran en su conjunto más que un discurso repetitivo, sostenido por una música igualmente plana que no le aporta las rupturas que hubiera necesitado.

Con todo, al final, tras el aplauso enfervorecido de un público sin duda cada vez más adicto a las pantallas y a los efectos especiales, los bailarines –contorsionista incluida- nos regalaron varios bises acrobáticos realmente espectaculares.

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