El PP se hace marxista: si no le gustan mis principios, tengo otros

El rechazo a Vox en Extremadura frente a Valencia o Baleares evidencia que el PP no tenía una estrategia para manejar los pactos con los ultras y desdibuja las posiciones comunes del centro derecha

María Guardiola y Alberto Núñez Feijóo, en la campaña de las autonómicas

María Guardiola y Alberto Núñez Feijóo, en la campaña de las autonómicas / Jero Morales / Efe

Las semanas postelectorales que son a la vez preelectorales están resultando más interesantes que la campaña de las municipales. Este tiempo es más clarificador porque pasamos del trazo gordo de las promesas y los juramentos diversos, que son materia moldeable, a los hechos, que son minerales. Como afirmaba el gran Toby Ziegler en El Ala oeste de la Casa Blanca, se hace campaña en verso pero se gobierna en prosa. Y ya estamos en el territorio de los gobiernos. Y ha resultado que la violencia machista y las cuestiones de género no eran un tema menor. Asuntos tratados con cierta displicencia por parte del sistema político están hoy en el frontispicio de las negociaciones entre el PP y Vox, más allá del reparto de cargos, como ocurre en todo pacto. Es un tema de Estado, claramente, pero su protagonismo opaca cualquier otra consideración económica o social de los pactos. Esta vez no ha sido la izquierda: los partidos de la derecha han colocado el tema en la agenda disparándose en el pie.

Houston, no tenemos estrategia

Se observa incómodo al PP. Gobierna este tiempo como puede. Pero lo hace con incoherencia. No hay una estrategia definida, como ya se vio la semana pasada cuando entregó a Vox en el minuto uno lo que le pedía en Valencia. Salvo que la estrategia sea la indefinición o esa gallega manera de esperar a que los problemas se resuelvan solos. Lo que no es posible en Extremadura –pactar con Vox porque niega la existencia de la violencia machista– sí es posible en Baleares, donde el PP le ha concedido la presidencia del Parlamento Balear a Gabriel Le Senne, un tipo que odia a los inmigrantes seguramente por serlo y todo un clásico del negacionismo y de la violencia machista. El presidente que el PP y Vox han puesto al frente de la cámara balear cree que “las mujeres son más beligerantes porque carecen de pene”. O sea, que además es lerdo. Sencillamente, el PP no se puede permitir ese tipo de nombramientos. Como tampoco puede permitirse creer que de este laberinto salen dejando hacer, componiendo la figura y administrando los silencios, con cirugía de mínima invasión.Y mientras, a estas alturas nadie ha explicado de forma creíble porqué Vox sí en Valencia, Baleares o Aragón y Vox no en Extremadura o si el PP está cómodo con esa estrategia. ¿Hay alguien ahí?

Cesiones y contradicciones pero a la inversa

En algunos sitios al PP le aprieta el zapato más que en otros, pero eso no justifica la inexistencia de una política razonablemente común o al menos parecida sobre un asunto ya reconocidamente de talla mayor. Cualquier partido debería tener unas líneas rojas. Un tope máximo. Un límite a las tragaderas fijado justo en el sitio donde se desdibujan sus principios, salvo que, como Groucho Marx, tengan otros y además se permitan defenderlos con límites territoriales y bajo el influjo del porcentaje obtenido por su socio en las urnas. Porque defender eso, como hace Feijoo, equivale a decir que los principios del PP no dependen de su convencimiento, su tradición, su formulación ideológica y del apoyo de sus compromisarios en los congresos, sino de los votos que obtiene su socio. O sea, de la coyuntura y del otro. Es disparatado venir de una legislatura en la que se ha basado –con razón en muchos casos y cuarto y mitad de propaganda fake en otros– todo el discurso en las contradicciones y las cesiones del PSOE para empezar la legislatura haciendo exactamente lo mismo. Aunque para cada uno el infierno siempre sea el otro.

¿Por qué lo llaman autonomía si es control de daños?

Dice el PP que Feijoo observa los pactos desde Génova y “acompaña” a sus presidentes autonómicos en el trance. Se supone que les ha concedido libertad para plantear las estrategias que más convengan en cada territorio. El riesgo es evidente: el PP será irreconocible como partido con ideas comunes porque sus distintos gobiernos aprobarán leyes y sacarán adelante propuestas marcadas por el empuje de sus socios ultras.

Esto no es nuevo. Hoy, de hecho, por la centrifugación obligada por los socios hay dos psoes y bien que lo está pagando. El PSOE también tuvo que promover y aprobar su Declaración de Granada en 2013 para ahormar las diferentes posiciones dentro del mismo PSOE y en España sobre su propuesta de Estado federal. Eran tiempos en los que los socialistas catalanes reclamaban que se reconociera a Cataluña como nación. Cuando a un partido le falla la correa de transmisión –no confundir con un servomando– el motor pierde potencia.

El líder popular observa con mirada galaica y deja hacer. Así camufla en un ejercicio de autonomía territorial lo que no es más que una estrategia de control de daños ante la inminencia del 23-J y una actitud contemplativa. Daños ante su electorado más moderado por aupar a negacionistas a posiciones institucionales relevantes, daños a cuenta por si la izquierda silente se torna izquierda espantada votante y daños porque Vox toma nota de todo y tarde o temprano tendrán que pasar por su ventanilla. Y la candidata extremeña ha ido muy lejos contra este partido, lo que le sitúa ante una mayoría absoluta o la nada.

El PP no es un partido cavernícola

En cualquier caso, no debería ser difícil admitir algunas cosas. Por ejemplo, que el PP no es un partido de australopithecus contrarios al feminismo y negacionistas de la violencia machista. No lo es, por más que el PSOE se empeñe en la caricatura. No debería ser difícil ponerse de acuerdo en que los pactos con Vox los llevan como pueden y están dispuestos a asumir postulados incómodos por acceder al poder, como ha hecho el PSOE en la legislatura que expira con otros socios y otras cesiones. Es más fácil entenderse si se sitúan las cosas en el contexto adecuado. Si no solo se escuchan los decibelios que producen los holligans para esconder la verdad. No es que haya sido el PP un turbo promotor de las políticas de género, pero ha apoyado media docena de leyes contra la violencia machista y ha renovado su apoyo al Pacto de Estado. En sus filas hay feministas de primera hora. Bien es cierto que en el discurso público del partido estas políticas ocupan poco espacio. Básicamente por torpeza y complejos. Siempre han dado la sensación de ir a rastras a estos acuerdos en vez de tratar de impulsarlos y capitalizarlos. Es obvio que la izquierda obtiene más recompensa en la defensa de esas políticas que la derecha, pero eso no convierte al PP en lo que no es.

Lo obvio y lo no obvio

No lo es, pero comete errores que lo hacen parecer lo que no es. Por ejemplo, esa apelación el “divorcio duro” del defenestrado candidato de Vox en Valencia como algo parecido a un argumento justificatorio o comprensivo de su condena por malos tratos a su ex mujer. Esa es gorda, sobre todo estando bajo la lupa precisamente por estos temas. Como tampoco contribuye a clarificar sus posiciones argüir que “la violencia machista es una obviedad” y que “lo obvio no debe llamarnos la atención que no esté en los textos” para explicar la ausencia de acuerdos específicos con Vox contra la violencia machista. Será obvio para el PP pero no para Vox, que opina lo contrario. Y sucede que con quien van a gobernar es con Vox por lo que convendría justo lo contrario: enfatizar lo obvio para que tus socios sepan a qué atenerse y los demás sepamos que el PP sigue donde estaba. En Valencia y Baleares, por ejemplo, ya no sabemos donde está. Salvo que Feijóo haya querido insinuarnos que es tan obvio también para Vox y que los de Abascal lo asumen con tanto frenesí que es incensario articular medidas y compromisos concretos en torno a este asunto.

Fuera concejalías de Igualdad y carriles bici

Errores como la tala indiscriminada de concejalías de Igualdad y su conversión en concejalías de la Familia de norte a sur. Dicho sea de paso, no es imprescindible que una ciudad tenga una concejalía específica de Igualdad, que no es una competencia pura municipal. Lo que hacen falta son buenas políticas y que sean transversales. Las concejalías que vienen de Familia tampoco van a arreglar nada. Pero las de Igualdad no se eliminan como resultado de un ejercicio racionalidad. No, qué va, no es eso. Otro espectáculo curioso que nos traen estos días es el desmantelamiento de carriles bici en muchas ciudades. Ya se sabe que un ciclista urbano es un sujeto sospechoso (presumiblemente de izquierdas) al que hay que hay que impedirle a toda costa que pedalee. A alguien se le ha ido la pinza, definitivamente.

Pasan los días y se van haciendo más líos. Nudos gordos. Aunque los nudos gordianos llegarán en cuanto arranquen las legislaturas regionales y locales.

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