El club de la tragedia

Feijóo consolida su liderazgo en el PP en su investidura fallida y Sánchez evita hablar de la amnistía en unas sesiones marcadas por la falta de cortesía parlamentaria

El diputado electo y secretario general del PSOE de Valladolid, Óscar Puente, durante la segunda votación de la investidura del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.

El diputado electo y secretario general del PSOE de Valladolid, Óscar Puente, durante la segunda votación de la investidura del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. / Eduardo Parra (EP)

EL único elefante en la habitación de la investidura era la amnistía. Nadie, ni en el propio PP, contaba con que Feijóo sumara los votos suficientes. Así que dejemos ya los disimulos institucionales y vayamos al grano. Porque lo mejor que nos deja la investidura fallida es que a partir de ahora podremos enterarnos de qué está negociando el PSOE con Puigdemont. Ya es la hora en la que caen los velos. Pasó el tiempo técnico en el que tocaba repetir que era el momento de Feijóo y de su no investidura. Esta negociación por venir exige transparencia. La legislatura, pase lo que pase, ya está donde solía: el PP ha renovado su constructo y cualquier cosa que haga el PSOE será ilegítima, empezando por ocupar la presidencia si le dan los números. Así que a partir de ahora, apurado el trámite de la no investidura, viene la leña, la ilegitimidad y mucha calle. Sanchismo al cubo. Atrás quedan más minutos para el basurero de la historia. Y ya acumulamos demasiados.

Pero hay que advertir a los despistados que España es trágica aunque algunos diputados crean que es cómica. Por eso precisamente es tragedia, porque algunos de los que representan al pueblo creen que es comedia. El club de la comedia, repetían durante el debate de investidura. Subrayaban así la consideración que les merece a algunos la institucionalidad y el significado de la Cámara en la que trabajan y de la que cobran el sueldo, convirtiendo el hemiciclo en una especie de club de la tragedia.

La España fiable contra la España traidora

Hemos vivido esta semana un nuevo ejemplo práctico de cómo conciben los partidos el parlamentarismo democrático. Exprimen todas las prerrogativas que les concede el reglamento y la Constitución, pero no pueden evitar dejar un amargo sabor a resaca en la opinión pública. Feijóo apuró las posibilidades de un artículo 99 de la Constitución que pide una reforma a gritos y se presentó a una investidura que sabía condenada al fracaso. ¿Tiene sentido haber dedicado dos meses a un ejercicio estéril, sin haber sumado un voto más de los que ya tenía el conglomerado de la derecha cuando se cerraron las urnas? Formalmente, sí. El Rey le dio la vez amparado por los mecanismos constitucionales y el hecho de haber sido el más votado casi le obligaba a hacerlo. Políticamente, este trámite sólo buscaba mantener durante dos meses la idea del ganador de las elecciones, buscar el cara a cara con Pedro Sánchez como nuevo jefe de la oposición, el enfrentamiento entre la España fiable contra la España traidora, y hablar de la amnistía. Que Sánchez se enredara con la amnistía y dijera algo inconveniente que enfadara a Waterloo era el último hierro candente que le queda al PP para asirse y provocar una nuevas elecciones.

El PP, sin alianzas más allá de Vox

Feijóo, como ya es habitual y sin ser penalizado por ello, utilizó los datos como quiso, con medias verdades, manipulaciones y mentiras. Pero esto casi parece que ya no importa o al menos a nadie le preocupa. Pero sobre todo quiso construir un discurso falso: no gobierno porque no cedo, si bien sabía que su aritmética era imperfecta y su axioma, falso. Lo peor es que observando su supuesta renuncia voluntaria a gobernar lo lógico era preguntarse qué hacía en a la tribuna en una mascarada impropia. Si ya había decidido no gobernar por no ceder pudo ahorrarse el trámite. Entrar como aspirante a presidente del Gobierno y salir como líder de la oposición sabiendo que era el resultado antes de empezar debe ser duro. Pero más duro se le van a hacer los cuatro años de legislatura en la oposición. Eso, dando por hecho que habrá Gobierno y que durará cuatro años, porque ése es otro cantar.

Feijóo cumplió razonablemente con la exposición de sus prioridades regeneracionistas. No presentó un programa de Gobierno en sí. Y no evitó deslizar alguna ocurrencia como el nuevo delito de deslealtad constitucional. Suena raro dicho por el líder del partido que lleva cinco años bloqueando la renovación del CGPJ, como marca la Carta Magna y por el mismo partido que andaba pidiéndole a cuatro “socialistas buenos” que traicionaran a su partido. Y al final, como en la canción, llegó el final: la imposibilidad del PP de tejer alguna alianza con los nacionalistas conservadores, como antaño, mientras Vox siga en la ecuación. Amarga victoria en las urnas. Perder ganando.

Demoliciones Puente

El PSOE también aprovechó los resquicios parlamentarios y colocó en la tribuna a Óscar Puente, el ex alcalde de Valladolid. Sanchista de primera hora, colmillo afilado, casco prusiano calado hasta la frente y cero complejos. Se encargó, con intensidad y eficacia, del trabajo de demolición. Descolocaron al PP y dejaron a Feijóo con las réplicas preparadas -o para Sánchez o para Patxi López- en el cajón y le aguaron la fiesta de la amnistía. El PSOE perseguía un triple objetivo. El primero era evitar que el presidente en funciones tuviera que enredarse en un debate sobre la amnistía justo cuando la actividad epistolar con el president fugat debe estar en su apogeo. También pretendía el PSOE cohesionar a los suyos, a su militancia. Si se observa, los socialistas cada vez hablan más a sus militantes y menos a sus votantes, salvo cuando se abren las urnas. Puente fue explícito: el PSOE es de sus militantes, lo dijo clavando el rejón a Felipe González y Guerra. Debió cosechar una gran ovación en las casas del pueblo. Con Puente en la tribuna se cumplía una tercera idea. “De ganador a ganador”, espetó el ex regidor de Valladolid a Feijóo recordándole que un pacto PP-VOX le arrebató la alcaldía aun habiendo sido el más votado.

Las formas también son el fondo

Todo muy reglamentario, sorprendente, creativo y rupturista. Pero a quien le tocaba darle la réplica a Feijóo era al presidente en funciones. La derecha está dolida con los arreones inmisericordes de Puente. Pero ése es un tema de menor cuantía. No debe dolerse de portavoces bravos quien ha tenido en esa posición de Rafa Hernando, por no seguir con las cosas que dice Ayuso en su Parlamento o las que en su día decía Álvarez Cascos. El asunto es que Puente no estaba en su sitio. No le correspondía a él. Y no es una cuestión de estética. Sólo los muy cafeteros celebrarán el desprecio implícito que supone que Sánchez se quedara en su escaño dando paso a un diputado de cuarta fila para responder a quien se proponía para presidir el Gobierno. Se llama cortesía parlamentaria y respeto a los 11 millones de votantes del PP. Es un concepto que no necesita figurar en ningún reglamento, aunque la nueva política, tan líquida, tan de war room y esas cosas, denosta los conceptos clásicos y los formalismos que hablan bien de un país. “Había que cornear a Feijóo” explican dirigentes socialistas, convencidos de que el fondo subsiste sin las formas. Pues eso, minutos basura de la política contemporánea.

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