Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

El deporte, reserva natural

En el momento en el que la Inteligencia Artificial acabe con los defectos, la competición morirá

EN el vasto y riquísimo universo del podcast no falto a mi cita semanal con los Cowboys de Medianoche, un encuentro de amigos con el cine como eje para hablar, con base, de diversos temas de actualidad. El pasado viernes, Garci y compañía debatieron sobre la inteligencia artificial, sus pros y sus contras en la sociedad y su deriva hacia el mundo del cine: desde los guiones a la sugerencia de una toma o la iluminación de la misma.

Refirieron que en la fabricación de los coches Tesla no interviene ya la mano del hombre. Y que la escabechina que se avecina en el mundo laboral cuando no hagan falta conductores de carne y hueso va a suponer un antes y un después en nuestra sociedad.

Cavilando sobre este futuro que ya es presente, concluí que el campo del deporte quizás sea el que más vaya a resistirse al cambio por su vínculo tan innato y directo con nuestra condición humana... y defectuosa.

En cuanto un niño adquiere una mínima destreza de pie, corre y practica atletismo. Y fútbol al darle una patada a cualquier objeto. Y natación al darse un reconfortante baño en la playa. No vamos a dejar de hacerlo, generación tras generación, e incluso nos vamos a abrazar con más fuerza si cabe a los exponentes que más destreza muestren corriendo, pateando una pelota o golpeándola con una raqueta.

Podremos fabricar algún día un androide con el revés a una mano de Roger Federer, el resto de Novak Djokovic, la agudeza de Nadal para adaptarse a las circunstancias de cada partido. Pero todo acabará en cuanto el androide sea capaz de servir perfectamente cada vez que lance la bola al aire. Que la ponga en la te cuando quiera. Ahí va a morir el tenis. El fallo es consustancial al deporte. Es parte de su esencia. Y si la IA va a corregir fallos en campos mucho más trascendentes, que dejen al deporte como reserva espiritual de nuestros defectos.

Y de paso, que la IA nos deje seguir contándolo. Con nuestros desvaríos humanos y nuestras erratas.

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