Pisando área

Jesús Alba

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Un líder de los míos

La grandeza del ídolo silencioso y todo lo que reúne la figura de un grande: Jesús Navas

Jesús Navas abraza a Gavi en la celebración que le dedicó la selección.

Jesús Navas abraza a Gavi en la celebración que le dedicó la selección. / Pablo García | RFEF

El liderazgo tiene sus códigos, y los que los entienden disfrutan de un regalo divino que llevan siempre consigo. Para los que no les corre por la sangre, por mucho que se esfuercen, es un don que les es negado. Jamás alcanzarán ese aura que en otros es natural, que envidian y que saben que se les resiste. Ni con todos los títulos del mundo, ni con años en activo ni mucho menos con dinero.

No sobreexponerse, no ir a conciertos ni eventos de moda, no vestir estrafalariamente, no lucir lujosos relojes, hablar poco y estar siempre. Un líder silencioso es el verdadero líder, el que no se elige él sino que es señalado por los demás. Luego están los otros, los galácticos. Pero esos están hechos de otra pasta: Maradona, Messi...

Y en la historia del fútbol no crean que ha habido muchos de los que hablo. Por aquí en España me sale con los ojos cerrados el Brujo Quini y sus goles celebrados con calma interna. Más recientemente Puyol y, bajo la lona sevillista, Kanouté y Javi Navarro, que se ganaron a pulso ser ese ídolo fuera del vestuario y ese hermano mayor dentro de esas cuatro paredes entonces sagradas y hoy hechas verbena. Si hablaban, subía el pan.

Jesús Navas es el líder que llega de puntillas, sin gorras con diamantes engarzados, y que da ejemplo desde un rincón. Humilde, voraz y sencillo a la vez. De casa a la ciudad deportiva y de la ciudad deportiva a casa. Tanto que hasta le pusieron su nombre. No opinar de nada ni de nadie, “disfrutar al máximo” como frase fetiche y en el campo esa facilidad para que, incomprensiblemente, los defensas vayan pasando y pasando sin saber por dónde saca ese centro al mínimo resquicio libre.

Me topé hace poco con esos mismos ojos felinos que un verano encontraba huidizos en Cartaya amenazando con cargarse una prometedora carrera. Aquello pasó y en ese mismo iris azul claro que se hizo leyenda de las grandes aprecié una sincera alegría en el reencuentro. Un líder de los míos.

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