Chema Rodríguez | Pintor

“En el arte contemporáneo todo está sometido a la política y las subvenciones”

  • Superviviente fuera de los circuitos oficiales del arte contemporáneo, este artista nacido en Triana y residente en el barrio de San Lorenzo es un consumado retratista

Chema Rodríguez, en su estudio.

Chema Rodríguez, en su estudio. / José Ángel García

Chema Rodríguez (Sevilla, 1976) nos espera en su estudio con un ‘brunch’ preparado: huevos cuajados sobre una coca con “todo lo que había en la nevera” y un queso viejo de medalla. De beber, una botella de manzanilla que cae en la conversación. Chema Rodríguez pertenece al grupo de los pintores sumamente ordenados y pulcros. Parlanchín y reidor, a veces se pone serio, y suelta una andanada contra el arte contemporáneo, los gurús de la cosa o los clientes distraídos a la hora de pagar. “De mi maestro Antonio Agudo aprendí a empezar al día asomándome al balcón para pedir permiso a la luz. Si la luz no me da permiso para ingresar en el misterio me dedico a lavar las cortinas y a pagar facturas”, dice, no sabemos bien si con ironía o convencimiento. Este pintor de Triana con estudio en San Lorenzo es fundamentalmente conocido por su faceta de retratista. Como tal ha pintado a una parte del ringorrango sevillano, nacional e internacional. Actualmente trabaja mucho en Mónaco, aunque cuadros suyos cuelgan en mansiones de Suecia, Inglaterra o Madrid. Para descansar entre retrato y retrato pinta porcelanas antiguas, paisajes y cuadros abstractos.

–El móvil ya está grabando. A partir de ahora, todo lo que diga se puede usar en su contra.

–Como se decía en mi barrio de Triana, “carta en la mesa, pesa.”

–Usted se crió en Triana pero vive y trabaja en San Lorenzo. ¿Dos Sevillas muy diferentes?

–Lo son. Pero uno es fruto de lo que ha vivido en su infancia, algo que te marca para toda la vida. Haber nacido y vivido en la Triana de los ochenta y noventa ha sido muy importante para mí. Era un ambiente de gente trabajadora y sencilla, donde se estaba acostumbrado a compartir y se vivía mucho en la calle: la velá de Santa Ana, el flamenco... los colegios... Yo estudié en los Maristas, pero siempre envidié el colegio de mis hermanas, las Hijas de Cristo Rey de la calle Betis, unas monjas muy progres. Allí estaba la Triana profunda. Mi madre fue la catequista de Alba Molina, la hija de Lole y Manuel, y se podía ver como padres o familiares del colegio a Matilde Coral y el Negro, Esperanza la del Maera, Pastora, Gualberto, Carmelita Montoya...

–Aquello parecía más un tablao que un colegio.

–Cuando venía la madre general llamaban a los flamencos y no sabe los cuadros que se formaban en ese patio las noches de verano bebiendo manzanilla.

–La vocación por la pintura le viene de familia.

–El abuelo de mi padre, Juan Rivas, vivió de la pintura y compartió estudio con Virgilio Mattoni. Y mi madre era pariente de Santiago Martínez.

–Uno de los mejores pintores de la primera mitad del siglo XX sevillano.

–Pintó mucho, hizo obras intimistas, interiores de conventos, paisajes...

Yo no quiero estar de moda, porque es lo peor que le puede pasar a un pintor. Las modas pasan

–Se le hizo una exposición hace unos años, pero hoy está muy olvidado.

–Desgraciadamente estamos tan sujetos a las modas... Ahora están de moda los perros, pero ya no se ven mixtolobos. Yo no quiero estar de moda, porque es lo peor que le puede pasar a un pintor... las modas pasan. Soy antimoda.

–Es cierto que su pintura no es precisamente muy seguidista de las modas actuales. Es figurativa y trabaja mucho el retrato.

–Mi pintura es off the record. No me lo ponen fácil. Me han denegado las dos únicas veces en treinta años que he pedido una subvención; me han ignorado cuando el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) ha abierto una bolsa de compra; nunca se me ha dado un espacio público digno cuando lo he pedido...

–Hay muchas voces críticas con el CAAC.

–Soy crítico con todo lo que esté relacionado con el mercado del arte contemporáneo, con la manera de exponerlo, con la política, con qué se hace con mis impuestos. Hay un gran desajuste entre la gestión pública del arte y lo que debería ser el arte. El arte está en manos de la gente más podrida.

–Le advierto de que ahí hay un titular.

–Póngalo.

–Por ejemplo, es inconcebible el desprecio que el Reina Sofía ha tenido hacia Solana.

–Hay mucha diferencia entre lo que a la gente le gustaría ver y las propuestas de unos grandes gurús que, desgraciadamente, abusan de su poder. A nadie se le pregunta qué es lo que le gustaría ver en un museo. No estaría mal que se hiciese algún tipo de consulta. No quiero parecer un pitufo gruñón, pero el arte contemporáneo no tiene nada que ver con lo que debería ser el arte. Todo está sometido a la política y las subvenciones.

–Usted ha frecuentado mucho el género del retrato.

–En Europa hay una gran tradición del retrato, pero hoy está en entredicho. Aún así uno de los premios a los que cualquier pintor le gustaría optar es el de la National Portrait Gallery, avalado por la corona Británica. Yo siempre he planteado el género del retrato como un camino personal, de autoconocimiento y salvación. Gracias a eso no sabe usted el dinero que me he ahorrado en psicoanálisis.

A nadie se le pregunta qué le gustaría ver en los museos. No estaría mal hacer alguna consulta

–¿De salvación? ¿Lo dice en un sentido religioso? Alguien me comentó que tuvo cierta vocación de fraile.

–Yo sigo siendo católico gracias a los frailes franciscanos.

–¿Los de San Buenaventura y el padre Patero?

–Exacto, yo le elegí el ataúd al pobre padre Patero cuando falleció. En la época de mayor rebeldía, cuando en la Escuela de Bellas Artes se me proponía ser antitodo, encontré en la figura de San Francisco a un tío de plenísima actualidad.

–¿Es cierto que antes de hacer un retrato manda al interesado un cuestionario de 150 preguntas para conocerlo mejor?

–150, 90, 200... Más preguntas mientras menos conozco a la persona. Me meto en el pellejo de un investigador. Aprendo mucho. Durante el tiempo que estoy retratando a alguien escucho la lista de canciones que le emocionan, leo los libros que son imprescindibles en su vida, intento cocinar sus platos favoritos... Incluso llego a pedirle ropa y algún mueble para tenerlo en el estudio.

–Casi un ‘método Stanislavski’ de la pintura.

–Soy un albañil y tengo que construir el personaje que se retrata. La pintura es una gran mentira construida a base de grandes verdades. Eso lo aprendí de mis maestros, como Carmen Laffón, Antonio Agudo o Balthus. A Carmen Laffón la vi tirarse literalmente al suelo porque había visto un envoltorio de caramelo con un rosa imposible que era la solución para la buganvilla de un retrato que estaba pintando de María Teresa Fernández de la Vega.

–¿Conoció a Balthus?

–Lo conocí en el Reina Sofía. Lo llevaba en silla de ruedas su hijo y nos pasamos el día cogidos de la mano. Parecíamos dos novios antiguos. Decidí hacer la tesis sobre él. Tuve muy buena relación con su viuda, la condesa Setsuko, no así con sus hijos.

–¿Setsuko?

–Sí, era de una familia de samuráis. Balthus tuvo que pedir un permiso especial para sacarla de Japón y casarse con ella, porque era menor de edad. Era una señora estupenda, pintora y muy interesada en conservar el legado de su marido.

Conocí a Balthus en el Reina Sofía, iba en silla de ruedas. Estuvimos de la mano todo el día

–¿Qué le ha enseñado el retrato sobre la naturaleza humana?

–Que a la gente le cuesta mucho trabajo reconocer lo buena que es; está deseando no perdonarse cosas, vivir con un pasado duro, tener una carga. Me impresiona la cantidad de bondad callada que tiene la gente.

–¿Se ha negado alguna vez a retratar a alguien?

–Una vez y mira que he aguantado retratos en los que he sido muy mal tratado. Era un directivo de banca, una persona llena de oscuridad y sabía que iba a ser muy complicado.

–Dígame a botepronto alguien a quien le gustó especialmente retratar.

–Me encantó pintar a Soledad Becerril, y mira que es seca y tímida, todo lo contrario que yo. Soledad tiene en común conmigo una obsesión enfermiza por hacer las cosas bien. También por lo justo. A pesar de todos los cargos públicos que ha tenido ha conseguido mantenerse en una discreción muy elegante.

–Churchill llegó a quemar el retrato que le hizo Graham Sutherland. ¿Le ha pasado alguna vez algo parecido?

–En cierta ocasión destruí yo mismo un retrato. Fue una catarsis para acabar con un asunto que ya se estaba alargando demasiado. Fue una noche magnífica bebiendo y jugando a los dardos. Era un matrimonio, pero salvé la cara de la mujer.

–Suele trabajar en un mundo complicado de políticos, banqueros, aristócratas, incluso monarcas...

–Señáleme cuál es el mundo fácil... ¿Cuál? Yo no lo sé.

–¿Qué le une a Agatha Ruiz de la Prada, su muro de instagram está lleno de fotos con ella?

–Somos muy amigos. La conocí cuando empecé Bellas Artes, porque estudié con su sobrina. Su primer desfile en Sevilla fue en casa de su prima Inés Moxó, en la calle Dormitorio. Es una mujer realmente adicta al arte. Cuando viene a Sevilla lo que quiere es comer sencillo, caminar mucho y ver todas las exposiciones que podamos. Es una devoradora de exposiciones. Cada vez estamos más conectados. Ha hecho un gran esfuerzo por entender mis códigos y yo por entender los suyos. Que seamos distintos no significa que no podamos tener algo realmente auténtico y potente. A ella le encantan mis retratos y a mí su visión sobrenatural del color.

–Al rey Felipe VI lo ha retratado varias veces.

–Es un personaje que me interesa mucho, porque creo que, aunque no lo está teniendo fácil, lo está haciendo muy bien. Está tan preparado que muchas veces se le ve por encima de las propias circunstancias. Es alguien que merece ser iconizado, porque ayuda a recordar a la gente lo importante que es que un rey haga bien su trabajo.

El retrato de un rey debe inspirar respeto. No puede parecerse a tu padre o a tu amigo

–¿Qué hay que buscar en el retrato de un rey?

–La contemplación de un retrato de un rey debe mover al respeto. No puede parecerse a tu padre, a tu amigo o al director de tu colegio. Es el rey de España y debe transmitir respeto. Me consta que al Rey le ha gustado mi trabajo

–En general ha trabajado con varias familias reales.

–La reina de Holanda Máxima Zorreguieta o algunos miembros de la familia real sueca tienen cosas mías. Con la alta aristocracia sueca tengo una muy buena relación desde 2004. En el estudio ha estado alguna vez la infanta Elena.

–Y ahora está trabajando mucho en Mónaco.

–Yo trabajo donde se me requiere. Casi todo el mundo tiene un buen retrato. Desgraciadamente no todo el mundo que me interesa me lo puede pagar.

–Su cartel de las Fiestas de Primavera de 2013 me pareció muy bueno. Tenía una melancolía que también es muy propia de nuestras fiestas

–Es que el sevillano es triste y melancólico. El cartel gustó a medias.

–Ya lo sé. Incluso mereció algún desdén del columnista sevillano de referencia.

–Antonio Burgos me ha dedicado algún que otro piropo. Soy de la opinión que no eres nadie en Sevilla si Burgos no te ha destrozado. Así que no lo debo estar haciendo tan mal.

–Mucho más criticado fue su cartel de la Semana Santa de 2021, el de la mesita de noche. ¿Qué no se entendió de esa obra?

–Fue un año muy complicado. Hacer un cartel de Semana Santa no debe ser solo pintar un tablero. Aquello fue un compromiso muy complejo. Paralelamente al cartel compartí una colección de vídeos para todos aquellos sevillanos que estaban necesitados. Necesitados de catequesis, de acompañamiento, de que alguien rellenase el vacío que representaba esa Semana Santa en la que no iba a haber pasos en la calle. Yo comprendo y vivo la Semana Santa como algo muy diferente al carnaval de Venecia. No es un festival, ni un concierto de música, ni algo profano, sino algo que está vinculado a la celebración litúrgica. En el cartel conté lo que se me había llamado a contar: la llamada, aunque no hubiese pasos en la calle, a vivir en plenitud la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Invitaba a la gente a montar un altarcito doméstico, porque el estar encerrados no nos impedía tener fe. De ahí la mesita de noche con la puerta abierta, como los sagrarios, con un rosario dentro para invitar a la oración. Fue el único cartel de toda Andalucía que contó que, pese a que no había procesiones, había que vivir la Semana Santa de verdad.

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