José Joaquín Gallardo | Abogado

“La justicia española ha tocado fondo”

  • Durante casi 25 años estuvo en la primera línea de la actualidad sevillana como decano del Colegio de Abogados

  • Hoy vive la profesión en un segundo plano, dedicado a reflexionar y escribir

José Joaquín Gallardo, en su despacho de la Avenida.

José Joaquín Gallardo, en su despacho de la Avenida. / Juan Carlos Muñoz

Hubo un tiempo en el que no se podía abrir un periódico en Sevilla sin que apareciese una fotografía de José Joaquín Gallardo Rodríguez (Sevilla, 1955), el que durante casi 25 años, entre 1995 y 2019, fue el decano del Colegio de Abogados, una de las instituciones claves de la sociedad civil de la ciudad. José Joaquín Gallardo nos recibe en su despacho de abogados de la Avenida de la Constitución, hoy dirigido por su hija Reyes Gallardo, ya que él ha decidido dar un paso atrás y dedicarse más a la reflexión, la escritura y la charla con sus compañeros. Su aspecto es inmejorable: moreno de playa, estilo casual y esa jovialidad que siempre ha llevado por bandera y que no ha perdido pese a los tres cánceres que ha superado en los últimos tiempos. “Vengo de Sanlúcar de Barrameda. Nunca salgo de Sevilla”, nos dice con ironía. Este abogado, que se considera “más de las cofradías que de las hermandades, y más de Sevilla que de las cofradías”, acaba de publicar ‘Sevilla, la ciudad más amada’ (Sevilla Press), un libro en el que recoge una serie de artículos de diferentes contenidos, desde homenajes a grandes maestros del derecho ya fallecidos hasta variopintas declaraciones de amor a su ciudad natal. Cuando se le pregunta por sus aficiones no lo duda: “No tengo aficiones, sólo la abogacía”.

–¿De la misma Sevilla?

–Nací hace 68 años en la calle Mendoza Ríos, en el barrio de San Vicente. Con unos diez años nos mudamos a la calle Santa Ana, a la espalda de la basílica del Gran Poder, por eso siempre digo que tuve el privilegio de ser el vecino del Señor. Más tarde me trasladé a la calle Baños y de allí a la Cuesta del Rosario y, finalmente, he terminado en Alemanes, frente a la Giralda.

–Y su despacho en la Avenida de la Constitución, frente al magnolio de la Catedral. Nadie puede dudar de que es un animal de intramuros.

–No lo puedo negar, las circunstancias me han hecho así.

–Los vecinos del centro son hoy muy críticos con el turismo. Incluso se dice que el Casco Antiguo se está vaciando de sevillanos.

–No cabe duda de que el centro de la ciudad está absolutamente invadido por el turismo. Hay que redefinir este fenómeno en términos positivos. Lo cierto es que yo, en la calle Alemanes, padezco una cierta soledad vital. Apenas saludo a cinco personas y poco más, que son los sevillanos que allí quedamos. Durante la pandemia, la soledad era absoluta. En los balcones, a la hora del aplauso, apenas aparecíamos don Juan José el Arzobispo, mi amigo Juan Robles y mi mujer y yo. Las voces más cercanas ya se oían en la Avenida. Somos muy pocos los que tenemos la suerte de vivir aquí. A veces, me encomiendo a Sor Bárbara de la Giralda.

No cabe duda de que el centro de la ciudad está invadido por el turista. Padezco una cierta soledad vital

–¿La que nació y vivió en la Giralda?

–Exacto, hija del campanero. De allí pasó al convento Madre de Dios.

–¿Y el Derecho fue una inercia o una vocación?

–Fue una imposición de mis padres. Comencé ingeniero industrial, pero bastó un mes y medio parad darme cuenta de que no era lo mío. Me hicieron un test y dio que lo mío era, en este orden, el periodismo o el derecho. Mi padre me dijo que estudiase Derecho y después, si me gustaba, me dedicase a escribir. Por eso, como ciudadano y como abogado, me duelen especialmente sentencias estridentes y manifiestamente erróneas como la dictada por la Audiencia de Huelva hace unos días en la que se ha condenado a una periodista por publicar el sumario de un caso de asesinato.

–Una barbaridad.

–Es todo un atropello al Estado de Derecho. Más tarde o temprano, no me cabe la menor duda, será anulada por los tribunales superiores.

–Le tocaron unos años universitarios interesantes.

–En la facultad tuve grandes maestros: Cossío, don Manuel Olivencia, don Jaime Añoveros, don Manuel Clavero (que fue el único que me puso sobresaliente)... Además había una agitación universitaria importante. Recuerdo en aquellos años haber votado, junto a compañeros extremeños, cuál debía ser la futura bandera de Extremadura.

–¿Y cuál salió?

–La bandera actual, la de la franja negra. No deja de ser una curiosidad que la bandera de la que hoy es la comunidad autónoma extremeña se eligiese en la Facultad de Derecho de Sevilla. A mí no me acaba de gustar, pero voté a favor de ella.

Me duelen especialmente sentencias estridentes como la de la Audiencia de Huelva

–Acaba de publicar su libro de artículos ‘Sevilla, la ciudad más amada’ (Sevilla Press). Los piropos se le suponen, pero díganos algo que no le guste de la ciudad.

–De Sevilla, como de mí mismo, no me gustan muchas cosas. Lo que más me indigna de esta ciudad nuestra es que esté encabezando desde hace décadas el ranking de la miseria en los barrios. Lo he tenido presente en cada página. Me duele en el alma. Es una indignidad y una vergüenza. Todos somos culpables. Hago un llamamiento al actual alcalde y a la ciudad entera. Vamos a erradicar esto. Es posible.

–Pero ante todo es un enamorado de la ciudad. Eso queda claro en el libro.

–Sevilla es un regalo de la historia que todos deberíamos cuidar. Estamos tan acostumbrado a sus rincones que no nos damos cuenta de su belleza. Me encantaría ser turista en Sevilla.

–Estuvo 24 años, casi 25, como decano del Colegio de Abogados de Sevilla. Todo un récord.

–Sí, 24 años largos, más ocho antes como secretario de la Junta de Gobierno. Estamos hablando de 32 años. Cesé voluntariamente a los 64 años de edad. Pude decir entonces, con exactitud matemática, que media vida la había dedicado a la abogacía institucional.

–¿Cómo le dio por ahí?

–El que me metió el gusanillo fue mi maestro, gran abogado y también decano, don Manuel Rojo Cabrera, al que le dedico un obituario en el libro. Aunque suene a broma yo no quería tener cargos representativos, pero la vida te da precisamente aquello que no buscas. Al menos esa es mi experiencia vital en muchas cosas. Mis compañeros me eligieron en las urnas hasta en cinco ocasiones y eso es para mí un absoluto orgullo personal. En la historia del Colegio nadie había sido elegido más allá del primer mandato. El único que se me acerca es don Joaquín Santos, que fue 16 años decano en tiempos de Franco por designación del Gobierno Civil. Para mí, cada reelección era como aprobar un examen.

–El Colegio de Abogados es una de las instituciones de la sociedad civil sevillana con más solera.

–Más de 300 años de historia. Se fundó en 1706, como filial del Colegio de Madrid. En 1732 tuvo ya estatutos independientes. En el listado de miembros aparecen nombres de suma relevancia en la política nacional de todos los colores políticos: Nicolás Salmerón, Blas Infante, José Antonio Primo de Rivera, Felipe González... y mil más. Es un Colegio cargado de historia.

–Algunos ponen en duda la utilidad actual de los colegios profesionales.

–Son absolutamente imprescindibles en aquellas profesiones u oficios que afectan a los derechos fundamentales. Los periodistas deberían tener colegios profesionales, porque recibir información veraz es un derecho fundamental de los ciudadanos. Y los abogados somos los garantes de los derechos y libertades de los ciudadanos. Sin abogados no puede existir el Estado de Derecho.

Los abogados sevillanos somos gente más pacificadora que otros compañeros del territorio español

–Hace poco Eduardo Osborne defendía que existe una ‘escuela sevillana de abogacía’.

–Existía y existe. El talante del sevillano se transmite al ejercicio de cualquier actividad profesional y la propia vida. Por lo general, los abogados sevillanos somos gente más pacificadora que otros compañeros del territorio español. Cuando veo actitudes altisonantes en nuestro ámbito territorial me da pena, porque eso es peder el espíritu que nos ha caracterizado siempre. La firmeza en la defensa de los derechos e intereses de nuestros clientes ha de ir obligatoriamente acompañada de un estilo y una armonía en el actuar. No caben los gritos, sino los argumentos inteligentes y sensatos, y en Sevilla hemos tenido magníficos ejemplos.

–¿Qué le enseñó su maestro don Manuel Rojo?

–Lo curioso es que don Manuel Rojo jamás me dijo nada. Nunca me dictó ninguna lección expresamente. Los pasantes nos teníamos que fijar en él, ver como actuaba, leer sus artículos y escritos, oír sus conversaciones con los clientes e inferir cuál era la esencia de todo. Muchos de los que estuvieron con él llegaron a ser y son magníficos abogados. Me enseñó el respeto a la Justicia como valor fundamental, pero sobre todo a la persona, que es la razón de ser y el fundamento del Estado de Derecho. Para colmo, me inoculó el veneno colegial en contra de mi voluntad. Bendito sea Dios y bendito sea don Manuel Rojo.

–¿Ha tenido muchos momentos duros como abogado?

–Sí, pero todos los he llevado con firmeza, porque aprendí muy bien el oficio. Los momentos duros se dan sobre todo en el Derecho Penal. La gente no sabe lo mal que lo puede llegar a pasar un abogado penalista. Yo he trabajado poco esta rama, algo como abogado de oficio. Los abogados de oficio, pese a que son los que se ocupan de defender a los que carecen de recursos económicos, apenas reciben una limosna de la Administración, mal pagada y tarde. La Justicia española ha tocado fondo. Llevamos décadas de olvido absoluto. Ningún partido político ni ningún Gobierno se ha ocupado en serio de la Justicia. Solo, en 2001, el PP logró alcanzar un pacto por la Justicia con el PSOE, el único que se ha logrado en este país. Lo rompió Zapatero por mero cálculo político, tres meses antes de las elecciones. Querían beligerancia. Fue una vergüenza. Hoy estamos ya bajo mínimos.

Los ciudadanos están desesperados por la tardanza en la celebración de los juicios

–Como ciudadano me indigna ver a los políticos en perpetua batalla por los grandes órganos judiciales (CGPJ, Constitucional, etcétera...) cuando el gran problema no es ese, sino el colapso de los juzgados. Hoy en día, ir a un pleito es un auténtico e interminable calvario. La tardanza de la justicia llega a desesperar.

–La Justicia tardía es la negación de la propia Justicia. Hemos llegado a límites absolutamente inconcebibles. Ya da vergüenza hablar de las demoras que padece la maquinaria judicial española en cualquier tribunal. Es tremendo. La Constitución Española dice que todos los ciudadanos tenemos derecho a un proceso sin dilaciones indebidas. Es otro derecho pisoteado sistemáticamente por los poderes públicos, por todos los poderes públicos. La última legislatura ha sido impresionantemente dañina para la Justicia. Los jueces no pueden pertenecer a ningún partido. Estamos bajo mínimo a todos los niveles. Los ciudadanos están desesperados por las tardanzas y faltan controles de calidad en el dictado de las resoluciones judiciales. Luego se producen noticias escandalosas como la sentencia de la Audiencia de Huelva de la que hablábamos antes.

–En 25 años como decano habrá vivido todo tipo de historias.

–Así de repente recuerdo cuando a dos abogados de oficio que habían atendido a unos etarras en Sevilla los citó la Audiencia Nacional como testigos. Ante la situación hablé con el fiscal encargado del caso, Ignacio Gordillo, y tuve una trifulca importante. Yo argumentaba, creo que con razón, que el secreto profesional les impedía declarar como testigos de cargo. Pero el fiscal se empeñó. Tuvimos un agarre fuerte. Tuve que acudir al fiscal general del Estado, don Jesús Cardenal, y finalmente los abogados no comparecieron en sala. Después, por desgracia, hemos tenido a fiscales generales del Estado que no tenían la inteligencia de don Jesús Cardenal, de grata memoria.

–ETA era una continua fuente de amarguras.

–Le contaré una cosa que nunca he contado, pero no lo ponga en grande. Muchos años después del asesinato de Alberto Jiménez Becerril y su mujer un funcionario policial me dijo que, aquella madrugada, los asesinos me habían seguido antes a mí. Yo había saludado a Alberto y Ascen en el bar donde estaban, y los dos etarras decidieron seguirme. Pero al rato, desistieron y volvieron sobre sus pasos. Al parecer, el que mandaba dijo que no era capaz de confirmar quién era yo y por eso decidió no continuar.

–¿Qué le aconsejaría a un joven que esté planteándose ser abogado?

–Si finalmente se decide, que sea perseverante, que no decaiga. Esta profesión es dura y difícil, hay que superar altibajos enormes, pero acaba dándote lo mejor. Siempre hay un tren que pasa, pero hay que estar preparado, llevar en vena el conocimiento y el sentimiento de ser abogado. La abogacía es una profesión de absoluta entrega a los demás. Esto no es palabrería, es la verdad.

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