Pablo M. Millán | Arquitecto

“Lo peor de la retirada del altar de Santa Clara fue que no generó debate”

  • Contemporáneo de vocación y franciscano de alma, es el encargado de la restauración del convento de Santa Clara y el ganador del concurso de la nueva Facultad de Medicina

Pablo M. Millán, en su estudio.

Pablo M. Millán, en su estudio. / Antonio Pizarro

Por su aspecto y el de su estudio Pablo M. Millán (Porcuna, Jaén, 1979) entra en el canon del arquitecto actual. Sin embargo, hay algo que le confiere una originalidad muy especial: una espiritualidad franciscana forjada en años de convivencia y colaboración con los frailes y monjas del ‘poverello’ de Asís. Este no es un detalle menor en su manera de entender una arquitectura en la que la luz y la sencillez tienen un papel fundamental, como se ve en obras como la ampliación de la Iglesia de San Martín de la Jara, la Casa Daza o la restauración de la ermita de Santa Ana de Porcuna. Arquitecto exigente y brillante desde sus años universitarios, en la actualidad es el encargado de acabar la restauración del convento de Santa Clara y fue el ganador del proyecto para la construcción de la nueva Facultad de Medicina. Su nombre saltó involuntariamente a los periódicos y las redes sociales en el mes de febrero. En una de esas polémicas pueblerinas de la ciudad, se le obligó a retirar el altar que había diseñado para la iglesia de Santa Clara, un ejercicio riguroso de diseño religioso desde la contemporaneidad, en el que Pablo M. Millán, junto al sacerdote y arquitecto Antonio Rodríguez Babío, habían volcado sus amplios conocimientos en liturgia católica. También su devoción: en Dios y en el Arte.

–Me gustaría empezar hablando de la calle Arjona, donde estamos, aquí en su estudio. Es una vía muy principal, pero algo inhóspita.

–No termina de estar integrada en Sevilla y es una de las grandes fronteras que tiene la ciudad. El edificio en el que estamos es muy singular, aquí debería empezar el río.

–Estamos en el antiguo almacén de maderas del Rey, construido en 1735 para almacenar las maderas de la Sierra de Segura que descendían por el Guadalquivir.

–Llegó a tener muchos nombres: almacén de maderas, de leña... incluso de esencias y especias del Rey. Yo soy de Jaén y tenía claro que mi estudio tenía que estar aquí. Gran parte de la madera que llegaba se utilizaba en los astilleros y el resto se vendía para otros usos, incluyendo el de leña. Aunque el edificio, que está calificado como BIC, es barroco del XVIII, en los años 50 del siglo XX los arquitectos Alberto Balbontín y Delgado Roig acometieron su ampliación para hacer viviendas. Se mantiene igual que entonces.

–Es usted oriundo de Porcuna, un antiguo y venerable paisaje de olivos. ¿Eso le ha influido en su arquitectura?

–Estoy totalmente de acuerdo con Gabriel García Márquez cuando dice eso de que la casa donde vives transforma tus genes. Mi trayectoria se debe en parte a las raíces patrimoniales que tiene Porcuna, un pueblo con más de 60 siglos de presencia humana, con pintura rupestre, restos íberos, romanos, musulmanes...

–Se vino a estudiar Arquitectura a Sevilla.

–Sí, pero abandoné la carrera el primer año para irme a estudiar a la Facultad de Filosofía y Teología en Granada de la mano de los franciscanos.

La buena arquitectura religiosa contemporánea, como la de Siza, lleva a la trascendencia

–¿Y eso?

–Había trabajado mucho como voluntario con franciscanos y clarisas. Estuve casi cuatro años hasta que decidí darle una segunda oportunidad a la arquitectura. Y regresé a Sevilla.

–Pero su gran maestro como arquitecto fue Alberto Campo Baeza, profesor en Madrid.

–Alberto Campo Baeza fue para mí un padre en la arquitectura. Fui a trabajar con él gracias a una beca por ser el mejor expediente de mi promoción. Muy vinculado a Cádiz, donde se crió, muchos le llaman el “arquitecto de la luz”, aunque a él no le gusta mucho. Fue quien me inoculó el veneno de la arquitectura. Suyos son los edificios de Caja Granada y el Museo Memoria de Andalucía. Es curioso, en Sevilla sólo tiene un proyecto no ejecutado: un templo protestante junto a la Macarena. Yo le digo: “Alberto, ¿a quién se le ocurre?” Él me enseñó que, en arquitectura, hay que tener ideas radicales.

–Por lo que veo, dos claves lo definen claramente como arquitecto: su amor por el patrimonio histórico y su religiosidad franciscana. Me da la sensación de que los católicos de hoy no terminan de aceptar la arquitectura contemporánea. Incluso prefieren los horrores neobarrocos.

–Creo que la buena arquitectura religiosa contemporánea sí es aceptada y querida por la sociedad. Le pongo por ejemplo a Alvaro Siza y su pequeña iglesia de Santa María, en Marco de Canavese, al norte de Portugal. El párroco me contó que, desde que se construyó, ha pasado de tener solo una misa los domingos a todos los días. Otro ejemplo es la iglesia de Vicens Ramos en Rivas Vaciamadrid, que está continuamente llena, porque es un espacio pensado para la reflexión donde la gente se siente cómoda. La buena arquitectura religiosa contemporánea lleva a la trascendencia.

–¿Y en Sevilla, hay buena arquitectura religiosa contemporánea?

–Es muy interesante la Iglesia de la Ascensión del Señor, en el Polígono Aeropuerto, un proyecto de Salvador Cejudo y Joaquín Pérez-Goicoechea.

–¿Y algún proyecto de usted?

–Don Carlos Amigo y don Juan José Asenjo me encargaron la ampliación de la Iglesia de San yMartín de la Jara. La concebimos como una caja de un blanco purísimo. Nos la publicó en Roma el Dicasterio para los Bienes Culturales.

–La arquitectura actual, cuando se acerca al hecho religioso, suele buscar la desnudez y la luz. Sin embargo, muchos fieles prefieren las iglesias recargadas y oscuras para sus oraciones.

–Eso pasa en Sevilla porque estamos en una ciudad barroca. La imagen de templo que tenemos es la de, por ejemplo, la Magdalena, una iglesia recargada donde la luz está perfectamente organizada para que juegue con la escenografía barroca. Pero el hombre de hoy posiblemente necesite espacios desnudos y esenciales, sin esa sobrecarga que experimenta en otros lugares, como las redes sociales. ¿Por qué al edificio de Caja Granada de Alberto Campo Baeza le dicen que es una catedral contemporánea? No es un edificio religioso, pero sí un gran espacio que te invita a la trascendencia.

Varios conventos de clarisas me han pedido que les mande el altar que retiraron de Santa Clara

–Entremos en aguas pantanosas. Usted ha sufrido esa incomprensión de la arquitectura contemporánea religiosa. Su altar para la iglesia de Santa Clara fue incomprensiblemente retirado por una polémica en las redes. Me mojaré: la pieza me parecía extraordinaria. Hablemos de ella.

–El altar lo diseñé junto a don Antonio Rodríguez Babío, arquitecto y sacerdote de la Diócesis. Era una pieza muy sencilla, porque no queríamos competir con nada. Para mí fue muy importante intervenir en un espacio como Santa Clara, que era el único de Sevilla que hasta hace muy poco tiempo no tenía ni un neo: ni neobarroco, ni neogótico, ni neonada. Allí todo es original: el maravilloso barroco de Montañés, el mudéjar... Siendo coherente con ese lugar lo lógico era introducir una pieza contemporánea que no compitiese con nadie.

–Ahí tiró de su espíritu franciscano.

–El edificio es el único convento de Santa Clara de España que se fundó estando Santa Clara viva. Para mí, que trato y trabajo mucho con las clarisas, esto suponía un auténtico compromiso. Llevamos con suma pulcritud lo que dice la normativa sobre qué debe ser una mesa de altar. Nos inspiramos en la tradición franciscana y de la Iglesia. Por ejemplo, en textos como la Via Pulchritudinis, en el que Benedicto XVI nos dice a los artistas cómo tienen que ser las artes que dialoguen con los espacios religiosos. También en el Enchiridion del Patrimonio Cultural de la Iglesia, en el que don Juan José Asenjo trata sobre cómo deben ser las artes vinculadas a la Iglesia.

–Hablemos de la pieza en sí.

–Buscamos la piedra más pobre, aunque algunos mal informados dijeron que era mármol de Carrara. Era una arenisca blanca que sacamos de una cantera de Jaén; un enorme canto rodado, lo que los canteros llaman un desecho de tienta.

–Me recuerda a los versos de León Felipe: “como tú, que no has servido/ para ser ni piedra/ de una lonja,/ ni piedra de una audiencia,/ ni piedra de un palacio,/ ni piedra de una iglesia”.

–Totalmente. Nos fuimos a la piedra más pobre. La liturgia dice que la piedra de un altar no se puede cortar, sino que debe ser arrancada de la naturaleza. La extrajimos a la antigua, no con sierras, sino astillándola con clavos, siguiendo los más antiguos rituales. Son cuatro piezas que se engastan entre ellas sin ninguna llave metálica, resina o pegamento.

–Se colocó en la iglesia de Santa Clara y vino la polémica.

–Una foto que no sabemos muy bien de dónde salió empezó a circular en las redes. Sinceramente, no creo que la polémica fuese tanta para terminar retirando el altar. Se debería haber dejado que se generase debate. No lo hubo. El altar estuvo apenas seis días puesto. La iglesia nunca se llegó a abrir al público con él puesto. Se sustituyó por una mesa de madera de patas salomónicas.

La Torre de la Plata no puede seguir así. Sevilla no puede obviar que tiene una llaga abierta en esta zona

–Una mediocridad. ¿Y la Iglesia qué le dijo?

–Que había que quitarla. Tampoco le quise preguntar mucho más a don Antonio Rodríguez Babío, porque lo estaba pasando muy mal. Opté por el silencio.

–¿Se siente dolido?

–Para mí ha sido el peor trago de mi vida profesional, sin lugar a dudas. La mañana que lo retiraron quedé con don Juan José en Santa Clara. Cuando vio las piezas del altar se echó las manos a la cabeza y me dijo (estábamos en Cuaresma): “Pablo, ahora se reza en el Eclesiastés que hay un tiempo de construir y otro de destruir”. Y no me dijo nada más. Fue una pena, porque estas cosas en Italia están superadas. Fíjese en proyectos como el que se hizo en la Iglesia del Gesú de Roma, el corazón de los jesuitas. O el panteón para los próximos arzobispos fallecidos en la catedral de Santiago de Compostela, diseñado por Álvaro Siza. O las portadas de Antonio López para la catedral de Burgos, aunque estas piezas fueron más polémicas. El problema es que aquí no se generó debate. Se dijeron muchas cosas desde el desconocimiento total.

–¿Dónde está ahora el altar?

–En un almacén, pero no sé dónde. Mi esperanza es que se reutilice en otra iglesia. Varios monasterios de clarisas me han llamado para pedírmelo. Santa Clara se murió tras conseguir del papa una cosa que se llamó el “privilegio de la pobreza”, según el cual todo lo que esté en torno a su carisma tiene que ser sobrio, austero y próximo a la tierra.

–Sin embargo, su estudio es el encargado de intervenir en lo mucho que queda por restaurar de Santa Clara.

–Junto con Buró 4, ganamos el concurso para restaurar toda la manzana del monasterio. Quizás sea el proyecto más importante que tenga nunca, porque es el núcleo patrimonial intacto más grande que queda en Sevilla. Todo está igual que el día que se fueron las monjas. Hay cosas impresionantes, muros de los siglos XII y XIV que están intactos y conviven con otros del XVIII.

–¿Y qué usos tendrá?

–Usos expositivos (se ha hablado del Museo de la Universidad), laboratorios y almacenes arqueológicos... En general, cosas relacionadas con el patrimonio. Ahora, con el nuevo Gobierno Municipal no sé si eso cambiará.

No entiendo que hagan un nuevo concurso para el campo del Betis, un proyecto que aún no está terminado

–Pasemos a otra cosa no menos importante. Usted fue el ganador del concurso de ideas para la nueva Facultad de Medicina de Sevilla. ¿Cómo va ese asunto?

–Ahora nos reunimos con el decanato para explicarles bien el proyecto, la ejecución, etcétera. Básicamente, la idea del proyecto prevé una operación de limpieza en el campus de Medicina. En un proceso paulatino se irán eliminando las arquitecturas improvisadas que colmatan la manzana, construcciones que crecieron al albur de las necesidades, pero sin calidad. El objetivo es que el hospital de las Cinco Llagas sea el referente visual. No crecemos en altura. Generamos un espacio continuo en una única planta salteada de patios, generando así un importante espacio conectado con la ciudad.

–Como vocal de publicaciones del Colegio de Arquitectos acaba de impulsar la publicación de un libro con toda la obra del fallecido Antonio González Cordón. Uno de sus últimos edificios, el de la calle Santander no fue muy comprendido.

–A mí el edificio me parece buena arquitectura en el lugar adecuado. Se terminará de entender perfectamente en el momento en que se intervenga, espero que lo antes posible, en el solar de la Torre de la Plata. González Cordón era una persona muy honesta en su discurso arquitectónico.

–Hablando de la Torre de la Plata, ¿habrá una solución satisfactoria para todos?

–El Ayuntamiento nos reunió dos tardes, en mesas de trabajo, a vecinos, arqueólogos, arquitectos, sociólogos... Se sacaron conclusiones que espero que el nuevo Gobierno las tenga en cuenta. Ese solar no puede seguir siendo un aparcamiento por los siglos de los siglos. Las Torre de la Plata y su lienzo de muralla se tiene que integrar en la ciudad. Ahora mismo es un paredón de fondo de un aparcamiento y eso no puede seguir siendo así. Sevilla no puede obviar la llaga que tiene abierta con la Torre de la Plata.

–Siguiendo con González Cordón. Ahora hay un proyecto que desvirtuaría completamente su proyecto del estadio del Betis.

–El campo del Betis es un magnífico proyecto de Antonio González Cordón, uno de los grandes proyectos de la ciudad que debería terminarse. No entiendo el planteamiento de un nuevo concurso para un edificio que aún no se ha terminado. El proyecto original generaba una piel envolvente que sería, sin lugar a dudas, el gran icono del Betis. Espero que esto se lo replanteen y pronto veamos terminada esa magnífica obra.

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