Opinión

Fortaleza y caridad

  • Jesús tomó la opción de los pobres, y fuera de los pobres no hay salvación

Vía crucis del Señor de la Sentencia.

Vía crucis del Señor de la Sentencia. / José Ángel García

¿Qué es la fortaleza además de la tercera de las cuatro virtudes cardinales? Consiste en vencer el temor, mantener el temple de ánimo en los momentos difíciles y aciagos, y, al mismo tiempo, huir de la temeridad. La fortaleza es vigor, fuerza moral y psicológica de los espíritus audaces e inteligentes. No es una cuestión de querer ser fuerte sino de saber serlo. Como la caridad, que para que sea efectiva nos exige grandes dosis de inteligencia y criterios claros. Fortaleza y caridad, una virtud teologal y otra cardinal caracterizadas por el binomio voluntad-acción.

El principio de Pareto está íntimamente ligado a la causa, esfuerzo y resultado. Habla siempre de la ley del 20/80. En caridad, haciendo el 20% de lo que sabemos alcanzamos el 80% de los resultados. El porcentaje puede parecer demoledor, pero es cierto; como cierto es que, en el campo de la caridad, quien diga que no tiene carencias o es Dios o miente. Hoy no estamos llegando tarde a los sitios sino a las personas. ¡Y mira que nos lo han puesto fácil!

En la Shema judía hay 647 instrucciones; en el Sinaí, 10 mandamientos. Y Jesús lo redujo todo a dos, y no nos hemos enterado. Por eso defiende que una religión que no tenga la valentía de hablar del hombre tampoco tiene el derecho de hablar a favor de Dios. ¿Duro? ¿Por qué? Jesús tomó la opción de los pobres, y fuera de los pobres no hay salvación. Recordarán la parábola del buen samaritano: este ayuda a un judío herido, robado y abandonado mientras un sacerdote y un leví pasan de largo. ¿Qué impacto tendría hoy esa parábola? Imaginaros: un soldado cristiano herido y ayudado por un fundamentalista musulmán mientras un capellán militar cristiano y un trabajador social cristiano pasan de largo. ¿Imposible?

En caridad se tiene siempre el deber de actuar pero no el derecho de obtener. Sigue habiendo más hambrientos que samaritanos. En las hermandades con frecuencia nos distraemos de lo esencial. Hay que huir de esas reuniones huecas e insulsas que no cambian nada… ¡Ah, pero gustan tanto! ¡Cuánta fortaleza malgastamos en polémicas estériles!

Y, sin embargo, todo es más sencillo: la fe de los pobres es la esperanza de una llegada de la caridad. Lo aprendo cada vez que miro al Señor al que rezo todos los días, que tiene sus manos atadas pero el corazón desatado de amor por los más débiles, por los últimos de nuestra sociedad. ¿En qué nos estamos distrayendo, Señor de la Sentencia?, me pregunto a diario.

La caridad es la única tarea que no cansa; el cansancio no cansa cuando uno se vuelca en los pobres. Para ayudar no sólo hay que querer, además hay que saber. Hablar de la fortaleza, dentro de tanta debilidad, supone más tacto que potencia, más finura que rigor y más amor que cultura. Para mí, las obras en caridad conforman el octavo sacramento.

Las hermandades somos un barco cargado de poder para la solidaridad: un buque en el puerto está a salvo, claro, pero no fue construido para eso. Ese barco exige de fortaleza y pericia de su tripulación -desde los que están al mando hasta los grumetes- para singlar en estos tiempos de tempestades y arrecifes de desesperanza. Audacia y coraje para estar dispuestos a luchar por una causa incluso cuando se está seguro de que se va a perder. Esas supuestas derrotas son nuestra fortaleza como hermandades.

A esta ley del 20/80 estamos llamados todos los cofrades porque una montaña no es grande o pequeña por su altura sino por lo que cada persona aporta en la escalada. Utilicemos toda nuestra fortaleza en escalar esa montaña.

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