El costalero interino. Microrrelatos de Semana Santa

El 'pograma'

Allí figuraban todas, con sus horarios e itinerarios.

Allí figuraban todas, con sus horarios e itinerarios. / Rafael Alcázar

Giovanna llegó a Sevilla ya avanzada la tarde del Jueves Santo. Venía desde Palermo con su cámara de fotos, dispuesta a capturar la esencia de las famosas fiestas sevillanas de la Pascua. Había conseguido alquilar un minúsculo estudio en una calle pintoresca, de nombre mediterráneo y prometedor: Parras. El taxista que la trajo del aeropuerto parecía empeñado en dar rodeos, argumentando que Sevilla estaba tomada por las procesiones. Se guiaba para esos rodeos de un cuadernillo llamado —Giovanna, tan metódica, lo apuntó con cuidado— pograma. Allí, le contó el taxista, figuraban todas, con sus horarios e itinerarios. Como si en Palermo no hubiera también cristos y vírgenes en las calles y no fuera suficiente con insistir un poco con el morro del auto para hacerse un hueco y pasar entre los devotos. Cuando por fin enfilaron la calle del estudio, un mar de plumas blancas, medias rosas y corazas, que parecían tomadas de un peplum de Cinecittà, salió de la nada, ante las protestas del taxista, porque aquel recorrido no figuraba en su pograma.

En el piso, el dueño le había dejado dos carpetitas. En una ponía: “Planes para ver pasos”, e incluía una guía con toda clase de consejos, junto con un pograma. En la otra: “Planes para huir de los pasos”, e igualmente estaban acompañados de un pograma, con instrucciones precisas sobre cómo esquivarlos.

Pero Giovanna estaba demasiado cansada como para salir a la calle, así que se acostó temprano.

Un redoble de tambores la despertó por la mañana. Consultó el pograma. Al parecer, una de las más famosas pasaba por allí mismo. Se echó algo encima y salió a la calle.

Dos horas después, Giovanna volvió al estudio. Cansada, llorosa y feliz, con los pies doloridos, un papelón de churros y un chocolatito que no recordaba de dónde habían salido. Empezó a rebuscar desesperadamente en cajones y armarios. Nada. El casero, tan previsor, había olvidado lo más importante. Porque ella necesitaba encontrar alguna guía que la ayudara a ordenar, a explicarse aquel cúmulo de sentimientos que se le habían metido dentro sin previo aviso, y que le bailaban como aquellos cristalitos verdes sobre el pecho de la Dolorosa.

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