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crisis migratoria

El paripé de Putin

Soldados de la 16ª División Mecanizada Polaca, en las cercanías de la frontera con Bielorrussia.

Soldados de la 16ª División Mecanizada Polaca, en las cercanías de la frontera con Bielorrussia. / EFE

A nadie se les escapa, o al menos debiera escapársele, que Aleksandr Lukashenko, un sátrapa en el exacto sentido del término, no da un paso sin el permiso de Vladimir Putin. De hecho, si el siniestro presidente de Bielorrusia mantiene hoy la condición de tal -cargo que la Unión Europea y buena parte de la comunidad internacional se han negado a reconocer ante la sangrante evidencia de fraude en las elecciones del pasado 2020- es precisamente por su sumisión a los dictados del Kremlin, presto a soportar al títere mediante toda la potencia de sus servicios secretos o, llegado el caso, nadie lo dude, la fuerza bruta. Salvo meditadas excepciones como Crimea, la estrategia de desestabilización rusa continúa pasando por aquello tan viejo de lanzar la piedra y esconder la mano. Y Lukashenko es un proyectil al que vale la pena seguir apoyando.

En el escenario de una crisis migratoria perfectamente orquestada por Moscú y Minsk contra la Unión Europea, ratonera fronteriza polaca para miles de personas en busca de asilo, la inconsistente bravuconada del déspota bielorruso amenazando este pasado jueves con cortar el gasoducto que atraviesa sus territorios en dirección a la UE se entiende mejor hoy: proporciona al maquiavélico Putin la excusa, sin duda planificada, para comparecer como un político moderado, conciliador. Justo lo contrario de lo que sabemos que es.

Da entre miedo y vergüenza ajena escuchar al dictador ruso -sí, el presente nos depara dictaduras supuestamente legitimadas en urnas secuestradas; piense en Nicaragua- recriminando a Lukashenko su amenaza, como hizo este pasado sábado en la cadena estatal de televisión.

"Nosotros le damos calefacción a Europa y ellos encima nos amenazan con cerrar la frontera. ¿Y si nosotros cerramos la llave de paso del gas natural?", había espetado el irascible Lukashenko. "Desde luego que hablaré con él sobre este tema si sus palabras no fueron producto de un arrebato", matizó Putin, reiterando no obstante su inquebrantable apoyo al otro tirano en "una crisis creada por Occidente". Mientras, en sus declaraciones, eludía cualquier atisbo de obviedad: que líneas aéreas bielorrusas habían estado transportando a Minsk migrantes desde Iraq, Irán y Siria con promesas de visados y paso libre por las fronteras de la Unión. Una canallada sin más objetivo que la presión geoestratégica, amén de un estupendo negocio: 15.000 dólares por cada visado de turista expedido -las satrapías no se pierden una-.

Más allá de Letonia y Lituania, también afectadas por la crisis, aunque en muy menor medida, la elección de Polonia como diana es de todo menos inocente. La deriva antidemocrática del Gobierno del populista Mateusz Morawiecki, ya amonestado por la UE en función de su intervencionismo judicial -y sin entrar en el acoso explícito a migrantes, minorías raciales u homosexuales-, resulta el blanco perfecto para poner a toda la UE frente al espejo de sus contradicciones.

Quizás buena prueba de ello fuera la algarabía con la que la ultraderecha española celebró en las redes sociales el reforzamiento militar y policial de la frontera polaca: sus inasequibles vitoreaban la "resistencia" frente a la "invasión musulmana" sin referencia alguna a la estrategia rusa. Moscú gana.

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