Obituario

El maestro valiente

  • Supo bien siempre Juan Bosco Díaz-Urmeneta que el respeto de los alumnos no se ganaba con fuegos artificiales, sino ofreciendo las enseñanzas más concienzudas y reveladoras

Juan Bosco (tercero por la derecha), junto a Carlos Pérez Siquier en la inauguración de una exposición fotográfica.

Juan Bosco (tercero por la derecha), junto a Carlos Pérez Siquier en la inauguración de una exposición fotográfica. / D. S.

Juan Bosco solía poner motes cariñosos a los alumnos que con interés y entusiasmo seguíamos sus clases. A mí me llamaba "agitadora cultural". Recuerdo cómo al final de una de sus sesiones teóricas de Estética se me acercó y con la simpatía contenida que lo caracterizaba me dijo: "Tienes revuelta a la clase desde que escribes crítica en el Diario [de Sevilla]". Con una media carcajada le respondí: "¿Yo? ¡Serás tú!". Yo no era la única agitadora, éramos decenas los alumnos que navegando en sus clases magistrales decidíamos volcarnos en el conocimiento y la práctica del arte contemporáneo.

Nuestro querido Bosco, como todos lo llamábamos cariñosamente, no era guía de rebaños, me refiero a ese tipo de profesor bobalicón que pretende ser admirado y perseguido por su alumnado, derrochando habilidades humorísticas y sonrisas cómplices. Juan Bosco era, ante todo, un maestro amable y educado. Su educación residía, precisamente, en las lecciones sobre arte y estética que con tanto esfuerzo y esmero elaboraba. Bien sabía que el respeto de los alumnos no se ganaba con fuegos artificiales, sino ofreciendo las enseñanzas más concienzudas y reveladoras. También sabía que Sevilla era una plaza difícil en lo que a arte contemporáneo se refiere, por eso ponía a nuestra disposición lo necesario para engancharnos a la producción más contemporánea. Sin aspavientos ni grandilocuencia, desgranaba hora tras hora los entresijos de la filosofía del arte: Platón, Heidegger, Benjamin, Horkheimer... Los pensamientos más complejos desfilaban ante nosotros con profundidad y sorprendente gracilidad.

A diferencia de tantos docentes que en un ejercicio desapasionado y vacuo creen hacer un favor a sus alumnos no pronunciándose políticamente en las aulas (esos "meapilas" y otros personajillos "equidistantes"), él siempre mantuvo en sus clases un claro posicionamiento democrático y social. Juan Bosco afrontaba la docencia como Baudelaire la crítica: "parcial, apasionada, política". Así, hizo suyo un lema que la posmodernidad no conseguiría derribar, "Nulla ethica sine aesthetica", consigna que definía su actividad docente y pensamiento crítico, y que entronca con una generación de artistas e intelectuales que padecieron las adversidades del franquismo. También él lo padeció y lo combatió, no sólo durante sus años de militancia en el Partido Comunista, sino con su actitud y los comentarios ejemplares que han llegado hasta el día de su pérdida.

Ahora que se nos ha ido, entiendo mejor que nunca su admiración por la figura intelectual y política de José María Moreno Galván, sevillano e intelectual comprometido como él. Bosco, al igual que el crítico morisco, era la antípoda de cualquier autoclasificado. Sus posicionamientos valientes, su trabajo infatigable, su generosidad para con quienes lo conocimos, y esa amabilidad serena y cálida, no exenta de cierta sorna inteligente y nunca dañina, permanecerán por siempre en nuestros corazones.

Que la tierra te sea leve, maestro.

(Regina Pérez Castillo es crítica de arte, colaboradora de 'Diario de Sevilla' y profesora de Historia del Arte)

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