¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Arévalo

Es muy difícil hacer reír sin damnificados. Lo sabemos por los clásicos y las barras. Lo sabemos por gente como Arévalo

Arévalo.

Arévalo. / DS

RECONOZCO que siento un cierto placer gamberro (y no culpable) cuando leo la carátula de un antiguo casete que contiene “los nuevos chistes cachondos de Arévalo”. ¿Qué ha pasado? Porque a mí jamás me gustó el humorista madrileño, demasiado deudor de una España solanesca que nunca me atrajo. Prefería el hieratismo catalufo de Eugenio (¿o ya hay que decir Eugeni?) y, por supuesto, el surrealismo palmero y maqueado de Chiquito de la Calzada, el Cervantes de los chistes españoles.

En la carátula se anuncia la temática de la cinta: “chistes de camioneros”, “humor de gangosos”, “cosas de andaluces”, “chistes de mariquitas”... En apenas unas líneas, visto con los ojos de hoy, Arévalo ofende a un gremio profesional que hoy domina Vox, a una... (no sé cómo definir hoy gangoso sin infligir una herida mortal a alguien), a una opción sexual, a la región más poblada de España... Y, sin embargo, no parece que Arévalo fuese una persona malvada. Más bien tuvo que ser alguien entrañable, uno de esos artistas que se inició en el toreo cómico y se ganó el pan fatigando el mapa radial de España y haciendo las delicias de borrachos y niños garrulos en plazas portátiles medio oxidadas. Hasta que llegó la TV y lo puso al servicio del gran señorito contemporáneo: la audiencia, que aunque tiene nombre de mujer actúa con la crueldad de un jinete tártaro. Lo mismo te aúpa que te hunde en la depresión y la cocaína.

Arévalo creó escuela. Tengo un par de amigos que contaban chistes de gangosos y mariquitas. Cuando llevábamos una botella de DYC por cabeza en lo alto reíamos con carcajadas huracanadas. No por ofender a nadie, sino por celebrar la juventud y el inmenso privilegio de estar vivos. Pero ya digo que Arévalo no era uno de mis humoristas favoritos. Para chistes de mariquitas prefería los de la Esmeralda, brutales y escatológicos, pura Andalucía ordinaria y desestructurada. Por su valor y su fuerza, la Esmeralda era una legionaria homoerótica.

Hoy apenas se cuentan chistes. Los memes de internet cumplen esa función de suministrarnos periódicamente alguna píldora de humor. Se pierde mucho. Oralidad y comunidad, entre otras cosas. Además, todo lo que hacía gracia está prohibido, porque el humor siempre tiene víctimas y es muy difícil hacer reír sin damnificados, bien sea un homosexual o bien un machirulo que acaba con unos cuernos como los del toro del Guernica. Lo sabemos por los clásicos y por las barras de los bares. Lo sabemos por gente como Arévalo.

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