La Barqueta

Manuel Bohórquez

manolobohorquez@gmail.com

La Bienal es un gazpacho

¿Alguien sabría decir cuáles son los méritos adquiridos por el director actual para ocupar el cargo

Leí el martes la programación de la Bienal y enseguida llegué a la conclusión de que es un gazpacho, un verdadero despropósito. Con un buen presupuesto, eso sí, y artistas para todos los gustos. Se ha diseñado una programación para que trabaje en el festival hasta Juan Breva, que murió hace más de un siglo, y, sobre todo, para reconciliarse con los aficionados sevillanos hartos de teatro, danza contemporánea y confusas fusiones. Lo bueno de esta edición del magno festival hispalense es que los guirijondos no se van a sentir estafados: será un festival de flamenco. Un atracón, pero de arte jondo, que es de lo que se trata, ¿no? Antes que la Bienal tuvimos la Quincena de Flamenco y Música Andaluza, en el Lope de Vega, donde lo mismo cabían Camarón y Los Romeros de La Puebla. Una maravilla de Pepe Ortiz y el crítico Miguel Acal Jiménez.

La Bienal es quizá de las dos o tres mejores cosas que se han creado en Sevilla en los últimos cuarenta y cinco años. Tuvo sus momentos de gloria en los ochenta, con José Luis Ortiz Nuevo de director, hasta que perdió el compás. Ahí empezó el declive de un festival que a veces se puso en manos de cualquiera, siendo la mejor muestra flamenca del mundo. Ha sido víctima de vaivenes políticos, y lo sigue siendo. Lo mismo influyó la mujer de un presidente del Gobierno en que se pusiera a un determinado director de carné socialista, que un periódico de la ciudad. ¿Alguien sabría decir cuáles son los méritos adquiridos por el director actual para ocupar el cargo, o sea, para estar al frente del festival de flamenco más influyente del mundo? Pues así ha venido siendo todo en las últimas ediciones de la magna muestra sevillana, y así nos luce el pelo.

Se van a cumplir ciento sesenta años del regreso del gran Silverio Franconetti a su tierra después de una aventura sudamericana de más de un lustro, desde 1857 a 1864. Todo empezó ahí, con el cantaor de la Alfalfa de nuevo en su tierra para profesionalizar a los flamencos, dirigir y abrir cafés cantantes, crear la primera compañía flamenca de la historia y dignificar un arte que era rechazado por la conservadora sociedad sevillana de la época, algo que el propio Silverio sufrió en sus carnes. ¿Por qué la Bienal no ha hecho nunca nada por el genio sevillano, por el padre del flamenco? El festival sevillano no solo tiene que ensalzar su obra y honrar su memoria, sino saber contar por qué Sevilla fue tan decisiva en la historia del arte flamenco. Y esto no se hace con un gazpacho.

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