La Barqueta

Manuel Bohórquez

manolobohorquez@gmail.com

La Feria desde Palomares

La Feria es para los que manejan ‘jurdó’. Ni siquiera se puede escuchar flamenco por el ruido infernal en las casetas

Los niños pobres de Palomares del Río íbamos poco a la Feria de Abril sevillana. A ninguna parte, en realidad. En 1968, el párroco del pueblo, Don Amadeo, programó un viaje en su microbús para que viéramos las ruinas romanas de Carmona y creo que fui el único del colegio que no pudo ir porque no tenía ropa adecuada. Desesperado, le expuse el problema al cura y me dijo que me pasara por Mairena del Aljarafe a ver lo que había en el almacén. Encontramos una chaqueta clara, como la de Bogart en Casablanca, que me arrastraba. “No quiero que hagas el payaso”, me dijo mi madre, que se negó a arreglarla porque en realidad tenía miedo de que el párroco tirara el microbús por un barranco.

En 1971, trabajando de aprendiz en el taller de pintura de Antonio Tocino, decidí acercarme al Prado de San Sebastián para ver la Feria por primera vez. Cogí República Argentina arriba, crucé el puente de San Telmo, atravesé la Puerta de Jerez y al final de San Fernando allí estaba el mar de casetas que solía ver en los días claros desde el pino de Mampela. Me dio tanto miedo que me di la vuelta, pero llegué al pueblo presumiendo de haber visto la Feria de Sevilla, que ni mis padres ni mis abuelos habían visitado nunca. Fue como ir a la luna dando un salto desde el fondo de un pozo. Y ahora que la tengo al alcance, a media hora de casa, y que podría montarme en los cacharritos, apenas me interesa. Que venga la Feria a verme a mí.

La Feria de Sevilla no es para los niños pobres. Cuando se mudó a Los Remedios, en 1973, regresé en compañía de otros chiquillos de Palomares y nada más entrar en el recinto ferial me gasté los cinco duros que llevaba en un sombrero cordobés de cartón. Como los hay que nacemos estrellados, cayó el diluvio universal y estuve hasta por la mañana con la ropa y el sombrero chorreando. Dormimos en el Parque de María Luisa porque no había autobús a Palomares hasta las ocho de la mañana. Pero llegamos al pueblo y fuimos recibidos como auténticos héroes del proletariado juvenil, con cara de pringados y sin un pavo.

La Feria es para los que manejan jurdó, que dicen los flamencos. Ni siquiera se puede escuchar flamenco por el ruido infernal en las casetas. Tomás Pavón, el genio del cante, más raro que un perro verde, cantaba a veces en la caseta de algún señorito y en cuanto escuchaba un organillo se iba sin cobrar. En la Feria, lo de saber escuchar no es un arte.

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