La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Kant en un aula de Nervión

Estos días de homenajes a Kant en su tercer centenario, el mío es al profesor que me lo descubrió en un instituto

Curso 1968-1969. Un aula del instituto Martínez Montañés de Nervión en el segundo año tras su inauguración en 1967. Clase de filosofía de sexto curso de bachillerato. Don Ángel Martín Moreno, entonces director de la vecina Escuela de Magisterio, nos impartió dos clases sobre Kant. Quizás nada, salvo los ejemplos de mis abuelos Fortunato y Lorenzo, y los de mis padres, me ha influido vital y éticamente tanto como aquellas clases.

Nos explicó don Ángel, comentando breves fragmentos de las obras, tres puntos de la filosofía kantiana. Primero, qué es la Ilustración, leyéndonos y explicándonos el famoso: “¡Sapere aude!¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración”. Después las cuatro preguntas que debe plantearse el ser humano –¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre?– y como responden a ellas la Metafísica, la Moral, la Religión y la Antropología. En tercer lugar lo que más me impresionó, el concepto de imperativo categórico a partir de dos citas: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal” y “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”.

Para terminar, nos leyó y explicó este fragmento de la Crítica de la razón práctica que les ofrezco con la esperanza de que quien no lo conozca, lo descubra: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí. […] El primer espectáculo de una innumerable multitud de mundos aniquila, por decirlo así, mi importancia como criatura animal que tiene que devolver al planeta (un mero punto en el universo) la materia de la que fue hecho después de haber sido provisto (no se sabe cómo) por un corto tiempo, de fuerza vital. El segundo, en cambio, eleva mi valor como inteligencia infinitamente por medio de mi personalidad, en la cual la ley moral me descubre una vida independiente de la animalidad (…) que va a lo infinito”.

Estos días de homenajes a Kant en el tercer centenario de su nacimiento el 22 de abril de 1724 en Königsberg, la ciudad desde la que cambió la historia sin nunca abandonarla, el mío es al profesor que me lo descubrió en el aula de un instituto sevillano.

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