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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

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Mejillones a la jerezana

¿Acaso no es el mayor milagro de un hombre, su alquimia más alta, obtener divinas papas de donde solo hubo viles patatas? Turista go home Gente del bar Taquilla

Rafael Benítez Toledano.

Rafael Benítez Toledano. / Humberto Ybarra.

PARA recuperarme del disgusto que es vivir en la España actual me enfrasco en la lectura de Mejillones del Parnaso, poemario erótico-gastronómico de Rafael Benítez Toledano ilustrado por Pepe Yáñez. Como el vino de Cigales, Rafael Benítez Toledano ha sido para mí un descubrimiento tardío que comenzó con ese gozo que fueron sus Prosas catetas (Libros de Canto y Cuento), recopilación de artículos por bulerías que nos trasladan a un Jerez de la Frontera muy lejos de esa imagen de postal o novela social que muchos tenemos de esa ciudad. Lo bueno de los amores tardíos es que uno los disfruta sin los complejos de la juventud y, por tanto, no necesita explicarlos.

Mejillones del Parnaso es una nueva expedición a la vieja selva de las conexiones entre el erotismo y la gastronomía, siempre posible gracias a la maravillosa ambivalencia del lenguaje. Si nabo, almeja, huevos, leche, conejo o peras pueden, según el contexto, ser palabras inocentes o convertirse en vocablos procaces, se debe sobre todo a esa condición caníbal que caracteriza a cualquier amante que se precie. Amar es devorar. Pero que nadie se llame a engaño. Mejillones del Parnaso no es un libro ordinario ni pornográfico. Su autor es un niño fino de Jerez y, como tal, se mueve con elegancia bodeguera, incluso con ternura, en estas páginas que chorrean los colores aguados de Pepe Yáñez. Algunas veces los poemas de Benítez Toledano son quejas al menú diario: “Si cada noche el mejillón de Eva/fuera la cena que me espera en casa,/ en la taberna estaría tiempo sin tasa/ aliñando la cena con cerveza”; otras, se acercan a la métrica del fauno: “Los imagino alegres, ligeros/ con una sabrosura adolescente,/ algo de deseo y quizás prudente:/ quizás un mordisco, acaso un beso”; incluso hay versos que son verdaderas lecciones de la España plurinacional: “Los mejillones de las valencianas/ piden cocciones de mayor calado,/ muy suya la mujer del valenciano”. Pero todos, absolutamente todos, son lecciones prácticas de cocina: “Has de cocer las patatas sin pelar/ igualadas de tamaño si es tu empeño/ vigilar la cocción fruncido el ceño/ y, si ya tiernas, pelar y cortar.// regar con Ribeiro, mantener templadas;/ aceite, cebollino y cebolleta/ –qué tentación de rimas–, salpimenta/ y ya tiene papas donde hubo patatas”. ¿Acaso no es el mayor milagro de un hombre, su alquimia más alta, obtener divinas papas de donde solo hubo viles patatas?

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