La Barqueta

Manuel Bohórquez

manolobohorquez@gmail.com

Torero viejo en la Maestranza

Soy ya torero viejo, lo sé, aunque tenga piel y sueños de novillero. Vengo con la taleguilla de la humildad

ES difícil explicar las emociones, sobre todo las de uno mismo. Torear en esta plaza, Diario de Sevilla, donde lidian desde hace un cuarto de siglo grandes maestros del periodismo -algunos muy amigos-, es de una emoción difícil de disimular. Pueden esperar cualquier cosa si siguen leyendo el artículo. O sea, mi primera faena en esta plaza. Como diría Belmonte sobre el miedo, demasiado para un solo corazón. Cuánto siento que no pueda estar mi madre en el tendido con mantón de manila y moña de jazmines en el pelo. Le costó aceptarme como periodista y nunca llevé bien que admirara más a Juan y Medio que a mí, que la quería con locura.

Me gustaría verme a mí mismo de niño en el tendido con aquellos ojos avispados que tanto buscaban el piquito de la Giralda desde el pino de Mampela. Cuántas veces soñé con poder escribir en algún diario con el nombre de Sevilla, de los que nunca se ocuparon de Palomares del Río, salvo cuando ocurría alguna desgracia. Con lo bonitas que eran nuestras huertas y lo cristalina que iba siempre el agua azulada del río Pudio, que es un río pequeño pero con brío. Me siento como si empezara, como cuando comencé a repartir pan en Coria del Río, de El Guapo, y temí que me robaran la canasta el primer día.

Nací ya con el miedo al fracaso y a pesar de mis años de torero me siento hoy como el novillero que quiere causar buena impresión ante los grandes de la torería. Tampoco es que espere salir a hombros por la Puerta del Príncipe, aunque sería genial. Imagino a mi madre tirándome el mantón al albero y al niño de los ojos grandes aplaudiendo y pidiendo las dos orejas y el rabo. Hoy puede ser un gran día o el último en que me vista de traje de luces. Ahora mismo parece que me voy a despertar y que veré a Manolito de la Pepa tendido en un cerro del pueblo viendo cómo iban pasando las nubes sin que ninguna se parara para que lo sacara de un lugar que se le quedaba pequeño.

Tengo la lógica sequedad en la garganta propia de los momentos cruciales, esos en los que hay que jugársela en un cruce de caminos. Soy ya torero viejo, lo sé, aunque tenga piel y sueños de novillero. Vengo con la taleguilla de la humildad y solo espero que, como de niño, sepa estar a la altura, vender todo el pan, convencer a mi madre de que puedo llegar algún día a igualar a Juan y Medio y no perder nunca la ilusión de emocionar contando historias con la ingenuidad del niño que hablaba con los olivos como los pájaros hablan con las nubes o las ranas croan en las lagunas para hacerse notar.

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