Tribuna de Opinión

Manuel J. Marchena Gómez

Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la US.

Cambiar la Universidad de Sevilla

Manuel J. Marchena Gómez en el Salón del Estudiante de la Universidad de Sevilla

Manuel J. Marchena Gómez en el Salón del Estudiante de la Universidad de Sevilla

Cada mañana que entro en mi Facultad por el Rectorado me invade esta incómoda sensación: hay muchos más turistas que estudiantes. Y no es que me extrañe que un edificio patrimonial único como es la Fábrica de Tabacos reciba la atención y admiración de miles de visitantes, lo que me extraña y me preocupa es la falta de vida universitaria que se percibe, el pulso mortecino de un universo que debería ser activo, enérgico, vanguardista y desbordante de actividad en todos sus estamentos. Transcurrido casi un cuarto de siglo, nuestra universidad transita a paso lento por el camino de la inercia y la dejadez, hacia una cada vez menor relevancia académica y social. Ese aire crepuscular, que desde hace tiempo exhala la institución y que me lleva a cuestionarme sobre en qué debemos mejorar.

La historia nos enseña que un síntoma típico de toda institución declinante es la tendencia hacia la centralización y el enrocamiento, creando ecosistemas propicios a la inercia y que obligan al clientelismo a quienes no se encuentran en el centro del poder. La Universidad de Sevilla no escapa a este problema y la centralización ha reducido sustancialmente las posibilidades de que Centros y Departamentos gestionen recursos económicos y personales suficientes para atender sus necesidades y objetivos. También ha producido carencias inconcebibles que hacen que, por ejemplo, los estudiantes de la Facultad de Medicina lleven décadas recibiendo clases en caracolas o que el personal de administración y servicios disponga de un potencial claramente infrautilizado.

Pero la Universidad de Sevilla no sufre solo por sus procesos escleróticos internos, hay factores que escapan a nuestra autonomía y que nos afectan. Por ejemplo, respecto a la función principal de la Universidad, que es la docencia, vemos que resulta menos incentivada que la actividad investigadora, lo cual ha sesgado el perfil del profesorado y en algunos casos ha conllevado el deprecio de la docencia. El alumnado paga esas consecuencias. Por otra parte, la universidad es víctima de una falta de financiación endémica por parte de la Junta de Andalucía. Esta falta de financiación sumada un intenso control presupuestario y de plantillas han terminado propiciando un control ejecutivo que cercena nuestra autonomía.

Los problemas están ahí, pero la potencialidad de esta institución, de las mujeres y hombres que la conforman no ha decrecido un ápice, antes bien, creo que es mayor que nunca. Miles de proyectos y esfuerzos individuales de sus estudiantes, su profesorado y su personal no docente que bien merecen la posibilidad de articularse en un gran proyecto colectivo de cambio. Creer en una Universidad de Sevilla capaz de elevar su techo actual y de revertir los procesos paralizantes no es quimérico. Hay mucho que hacer, pero se puede hacer.

Hay que revitalizar la Universidad de Sevilla, en particular la función docente de su profesorado y la vida interna universitaria en todos sus aspectos (cultura, creación, debate, participación en los asuntos públicos). Los Centros y Departamentos deben de recuperar autonomía, dirigir sus propias estrategias. La selectividad debe ser un sistema para orientar la oferta de plazas, hay estudiantes con notas altísimas en selectividad que no pueden estudiar las carreras que demandan y eso es un despilfarro para el futuro. Y por supuesto, el Rector de la Universidad de Sevilla, al ser una de las universidades más grandes y más antiguas, tiene la obligación de intentar incidir en el devenir del sistema universitario andaluz y español, empezando por conseguir arrancar una mejora de su financiación. En concreto, en la US hemos tocado fondo y necesitamos al menos un incremento de ingresos del 30% en los próximos 3 años para poder relanzar nuestra actividad y tomar el impulso necesario.

Es el momento de cerrar un ciclo y abrir uno nuevo, por eso he decidido postularme como Rector. Para cambiar las cosas, para romper inercias y para fijar nuevos horizontes. Un cambio que partirá, por fin, de la aplicación obligada de la elección del Rector por sufragio universal y que nos dará el impulso democrático que necesitamos.

Si aprovechamos ese impulso democratizador, como lo hicimos en los ochenta del siglo pasado, cuando la comunidad de la Universidad de Sevilla doblegó las intenciones de la élite obsoleta que se oponía de manera vehemente al cambio de la universidad española, podremos cambiar la inercia y reemprender el camino. Hay mimbres, hay ganas y hay tiempo para articular en forma de candidatura un movimiento para el cambio.

Sueño con el momento de entrar por la puerta de la Fábrica de Tabaco y encontrarme con la vorágine de una vida universitaria floreciente y vanguardista y trabajaré por hacer realidad ese sueño.

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