La Barqueta

Manuel Bohórquez

manolobohorquez@gmail.com

Un lengüetazo de Mayte Martín

La primera vez que escuché cantar a la catalana Mayte Martín fue como si me pasaran por la columna vertebral una lengua mojada en miel caliente: un placer cercano al orgasmo. Fue un flechazo y siempre hemos tenido una relación excelente, de gran admiración al menos por mi parte. Tengo que confesar que la relación comenzó a enfriarse hace años, cuando entendí que acabaría desenamorándome de la mejor voz del cante flamenco. Supe pronto que se le quedaría chico el cante, que no era cantaora de cuarto de cabales sino de teatro, y que desertaría tarde o temprano del mundo del pellizco. Hace tiempo que se le fue el punto flamenco, lo que no quiere decir que se le haya olvidado cantar.

Mayte sabe, porque chanela, que el cante no suele perdonar a los prófugos. Pongo algunos ejemplos: Manolo Caracol, Pepe Pinto, Juan Valderrama y Chiquetete no dejaron nunca del todo el cante jondo, pero se pasaron al lado del arte donde estaba el dinero, se forraron y cuando envejecieron y quisieron volver a las fatigas del cante tuvieron problemas para encontrar cobijo en los confortables cuartos de los puristas. No es difícil pasar de cantaor a cantante, pero al contrario, el viaje de lo moderno a lo añejo, es siempre complicado. Recuerdo que una mañana me dijo Juan Valderrama en su casa de Espartinas visiblemente cariacontecido: “Cada día suena menos el teléfono, Manuel”.

Todo lo que hace la catalana es maravilloso, un lengüetazo orgásmico, porque tiene la mejor voz del país. Pero si se le ha ido el rollo jondo, confieso que se me ha ido el rollo maytenista, que tengo una especie de ataque de cuernos y que me comen los celos. Por eso admiro cada día más a los cantaores o las cantaoras que prefieren seguir teniendo necesidades a pasarse al otro lado, el de las lentejuelas, donde casi todo es falso. Mis cantaores siguen siendo don Antonio Chacón y Tomás Pavón y cuando tengo ganas de que me partan el alma o que me arranquen el pellejo a pellizcos escucho al Carbonerillo, La Pompi, Perrate o Gaspar.

No engañaron nunca a nadie y años después de muertos siguen siendo ineludibles referencias para artistas y aficionados.

Solía decir el Niño de Marchena que los seguiriyeros morían con remiendos en los pantalones, seguramente recordando que le tuvo que pagar el entierro a Manuel Torres, el seguiriyero mayor del reino jondo. Hoy los seguiriyeros conducen buenos coches y van tres veces por semana al mercado. A lo mejor echan de menos que los entrevisten en las grandes cadenas de radio y televisión del país cuando sacan discos al mercado, aunque no sean como Tatuaje.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios