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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El privilegio de la Feria, terapia local en un mundo en crisis

Vivir en Sevilla hoy es para sentirse verdaderamente afortunados si se siguen los titulares del telediario Aquella majadería de un ministro sobre la Feria

Una estampa de la Feria de 2024.

Una estampa de la Feria de 2024. / José Ángel García (Sevilla)

El informativo matinal da cuenta del ataque de Irán contra Israel y del repunte de la violencia vicaria en 2024. En Israel hay 90 segundos para meterse en las habitaciones de pánico que tienen los edificios modernos o en los refugios públicos bajo tierra. Y e el peor de los casos, siempre hay pasillos sin ventanas donde permanecer durante un ataque. El Consejo de Seguridad Nacional analiza en la Moncloa la escalada de tensión en Oriente Próximo. Sánchez sigue impulsando el reconocimiento del Estado de Palestina. Por su cuenta y riesgo, nunca mejor dicho. No nos apoya ni Portugal. En Sevilla alcanzamos la mitad de una larga Feria donde debatimos si volvemos al formato antiguo, comentamos el calor que sufrimos en el real y analizamos cuánto se tarda en llenar una Feria, incluso si hay ya un pos-tardeo más que el tardeo propiamente dicho porque los horarios tienden a retrasarse todavía más. Alguien afirma con evidente tono de desprecio que los problemas de Sevilla con la Feria son los propios del "primer mundo". Las fiestas son en cierta manera una terapia para cualquier ciudad, como ciertos acontecimientos extraordinarios son o se supone que son un impulso económico. Las fiestas son algo muy serio, aunque sea recomendable no salir dos veces en pocos años en los telediarios nacionales por una consulta innecesaria que frivoliza la imagen de una ciudad.

Vivir en Sevilla hoy es un verdadero privilegio. Basta con dar un paseo por la Feria y atender después a las noticias del mundo. El contraste es evidente. Solo recuerdo una Feria con sensación de cierta jindama por la amenaza de la Libia de Gadafi. Otra condicionada por la peste equina. Y poco más. Acabará la Feria, votaremos en la dichosa consulta y seguiremos con nuestros problemas propios del "primer mundo": los excesos del turismo, las infraestructuras pendientes, la falta de taxis en horas fundamentales, las peatonalizaciones, la limpieza, la necesidad de impulsar medidas a largo plazo contra el mal cíclico de la sequía. etcétera. 

La Feria es una buena oportunidad para valorar cuántas ventajas tenemos por el mero hecho de vivir en este trozo del Sur de Europa. Pese a todo, pese a la peor clase política en décadas (como dice Feijóo), pese a los cambios en el clima y, por supuesto, pese al continuo sonido del tam-tam electoral que embadurna la vida pública. Por eso la Feria es terapéutica para la sociedad local. Aunque sí, se llena cada día más tarde porque la amenaza del calor y los precios así lo aconsejan. El domingo votan los vascos. Nosotros desmontaremos las casetas y haremos balance general y particular de la Feria. A unos les habrá salido muy cara y a otros muy barata. Unos habrán huido del real y otros habrán estado empadronados en sus calles. Aquí no tenemos refugios ni habitaciones contra el pánico. El rebujito cuesta 14 euros. Y vivimos de los turistas. La Feria es un lujo, una bendición, la prueba de nuestro estado de privilegio. 

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