César romero

La prueba del algodón

Si te dijeran que mañana la espichas, ¿seguirías leyendo ese libro Es una prueba irrefutable

Hay algo que los llamados baby boomers españoles, un pelín más tardíos que los del resto del mundo, nunca agradeceremos lo suficiente. La memoria compartida, esos recuerdos similares que, en cuanto nos juntamos dos o tres nacidos entre los años 60 y los primeros 70 (sí, del pasado siglo), crean una amplia zona común, un lugar que nos acoge y acompaña aun a solas. En esa memoria común hay dos anuncios televisivos imperecederos: el del “Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”, de aquel directivo, hoy sería CEO, de la empresa del detergente Colón, y el de la famosa “prueba del algodón”, ese test de limpieza que raramente era superado y realzaba la capacidad de cierto producto que no dejaba mancha, y de cuyo nombre no quiero acordarme.

Hay una prueba del algodón que uno, conforme van cayendo tacos de almanaque, se aplica. Este acto, esta película, este libro, si me dijeran que me quedan pocos días de vida, ¿lo aguantaría? Lector casi por encima de todas las cosas, al empezar un libro a veces me lo pregunto. Si te dijeran que mañana la espichas, ¿seguirías leyéndolo? Es una prueba irrefutable. Si te dicen “va a ser el último”, quizá descubras que te sobra ese, y aun casi todos. Tienes decenas de canciones preferidas, pero ¿por cuál te decantarías si fuera la última? Y entre esa red de amigos que tejiste, o te tejió a ti, dudas no a cuál elegirías para echar las últimas cervezas sino si finalmente casi casi todos no estarían de más. No es sólo acudir a la memoria personal, releer o volver a oír aquello que conformó tu vida. O recordar a quien dejó su huella. Es otra cosa. Es vislumbrar tan limitado el tiempo que ya no quieres perderlo con lo que poco aporta ni importa. Con veinte años te lees un tochazo infame de moda por no perder comba. Con cincuenta y tantos lo dejas de lado a las primeras de cambio, sabes que estás perdiendo el tiempo y prefieres dedicarlo a otra cosa, o a nada, al arte del dolce far niente. Lo que sea antes de engañarte a ti mismo, si eres sincero (y si no lo eres, después de este test, es que tal vez sumes años, aunque vida, poca).

Es una prueba magnífica. Pasas de la última de Scorsese o de Amenábar, que sí, serán cineastas geniales, pero te aburrieron con sus cosas recientes. Y de la penúltima novela de Houellebecq o el enésimo diario de Trapiello, que sí, serán la reencarnación de Molière y Cervantes, no lo dudas, pero te resultan infumables, dos tostones. Y alegas cualquier excusa para no sumarte a esa reunión de viejos camaradas, cada día más conocidos, más lejana la amistad que hubo por entonces. Y aunque pienses qué absurdo perder horas mirando las musarañas, viendo a la gente pasar u oyendo el murmullo de una fuente, recapacitas y piensas que no, que justo eso querrías hacer si te dijeran que mañana, pasado, te irás de este mundo. No falla este algodón. Prueben, verán cuánto tiempo dejan de perder. Para poder en verdad perderlo.

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