Ventajas de no ser columnista

Ventajas de no ser columnista

La diferencia entre el columnista y el articulista es que el primero escribe en un medio con periodicidad y el segundo lo hace cuando le viene en gana, a él o al medio. Igual la desconocía, pero no se preocupe, aún hay presuntos periodistas que confunden los términos, como otros hablan de las editoriales, y no los, para referirse a esos sesudos textos de opinión sin firma que llevan los periódicos y quizá sólo lean quienes los escriben, y a veces ni ellos. Nada grave en comparación con el cirujano que se equivoque de órgano al sajar, o el ingeniero que no calcule bien las cargas de un puente, o el piloto que confunda las coordenadas de su vuelo. Que casi todos tengamos opinión sobre todo, y muchos no se resistan a hacerla pública donde puedan (barras de bar y redes sociales incluidas), ha malbaratado la nunca suficientemente apreciada labor del columnista. Porque no imaginan cuánto cuesta dar tu opinión a diario. No está pagado (a quien se lo paguen, claro). Uno de los mejores columnistas de este periódico, Enrique García-Máiquez, ha dejado escrita la más breve y fina distinción entre ambos: el articulista tiene algo que decir, el columnista tiene que decir algo. El columnista tiene un plazo establecido y, se le ocurra o no, tiene que escribir algo, ingeniárselas para componer su texto, diario, semanal, lo que sea. Cuando el columnista es bueno de verdad suele invertir los términos y lo que tiene que decir, llueva o haga sol, parece que no le sale por obligación, sino como una bendita y fácil ocurrencia: sabe anteponer el algo al tener que. Cuando el articulista es malo, y haberlos haylos, ni de tarde en tarde lo que el pobre diga, con su ilusión de primerizo, parece ser algo, sus palabras se desvanecen en la nada de donde quizá nunca debieran haber salido. Pero son casos extremos. Lo normal es que el articulista, cuando escribe, consiga decir lo que pretendía. Y que el columnista la mayor parte de los días se devane los sesos para dar con el tema de su columna. No es poca ventaja la del primero. Como la de no repetirse. Si hasta los genios de la filosofía dan para cinco o seis ideas, no más, que además tienden a olvidarse y ser dichas por genios posteriores con otras palabras, ¿cómo un columnista diario, o casi, no va a repetirse? Es imposible. No hay asunto sobre el que no haya opinado ni opinión suya que no haya expresado, por activa o por pasiva, una y otra y otra vez. La repetición es tan inevitable que lo sitúa en franca desventaja frente al articulista, que calla la mayor parte del tiempo y cuando le da por redactar no lo tiene tasado, puede decantar sin prisa su prosa. Eso sí, lo de repetirse trae un agradecido regalo: el probable lector ya espera al columnista, no su opinión, archisabida y previsible, como espera las estaciones, las fiestas anuales, los estribillos, esas rutinas cíclicas con que nos acostumbra y familiariza esto que llamamos vida.

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