Tribuna

ANTONIO MONTERO ALCAIDE

No la quiere Dios ni el diablo

No la quiere Dios ni el diablo

No la quiere Dios ni el diablo

A la buena de María de Padilla le costaron muy caros sus amoríos con el rey don Pedro. Bien pensadas las cosas, bastante más hubo de pagar este último, ya que su regicidio, a manos de su hermano bastardo Enrique, es el fatídico desenlace de enfrentamientos y rebeliones que comenzaron, desde los primeros años del reinado, justo a mediados del siglo XIV, con excusas tan propagandísticamente instrumentalizadas, romances mediante, como su concubinato con doña María. Muestra adelantada de esto fue la tergiversación del lamento y del dolor de María de Padilla por el asesinato que Pedro I urde, en el Alcázar de Sevilla, del maestre de Santiago Fadrique, hermano gemelo del proclamado rey Enrique II, tras acabar con la vida de Pedro I. Cuenta el romance que doña María pidió a don Pedro, como aguinaldo, la cabeza del maestre. Entregada le fue por el monarca, sigue el romance y relata cómo doña María la prendió de los cabellos para darle bofetadas: “Ahora me pagas, perro, / lo de hogaño y lo de antaño / cuando me llamaste puta / del Rey don Pedro tu hermano”. Resolvió después arrojar la cabeza al perro alano del maestre, que se la llevó a sagrado e hizo un hoyo para enterrarla. El rey, tras contemplar lo sucedido, no puede conciliar el sueño en la noche porque se siente llamado por su hermano: “Viérale todo sangriento / sin cabeza, en su caballo; / viérale todo sangriento / el su pecho amenazando”. Además, por si fuera poco, en medio de la noche, también recibe la llamada de María de Padilla: “Viérala con la cabeza / que fue lanzar al alano. / Doña María de Padilla / por los aires va volando; / por sus buenas fechorías / non la quiere Dios ni el Diablo”.

Este viejo romance, de una colección recopilada en las últimas décadas del siglo XIX, altera grandemente el crédito que doña María tuvo para sus coetáneos. Incluso el cronista López de Ayala, que escribió la Crónica del rey don Pedro cuando ya había pasado su lealtad a Enrique II, escribe de María de Padilla que fue “mujer de buen linaje, y hermosa, y pequeña de cuerpo, y de buen entendimiento”. Y el historiador y genealogista Esteban de Garibay, en 1571, además de reconocer el carácter sabio y discreto de María de Padilla, afirma que “si por su buena manera y formas no fuera, hubiera el rey excedido en más efusión de sangre y otros daños”. Tampoco le faltaba gracia, como manifiesta Julián del Castillo, historiador del siglo XVI, para el que don Pedro pudo querer tanto a doña María “porque era muy prudente, y de buen juicio y seso, y muy graciosa: y le pesaba infinito de las condiciones del Rey don Pedro, mas no las podía remediar”.

La manipulada versión del romance convierte, entonces, a María de Padilla en una mujer maléfica, que pudo ser reina de las brujas, además de histórica reina de Castilla.

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