Honorio Aguilar | Arquitecto

“Si en la Palmera hay que demoler algo, se hace. Es un horror”

  • Este arquitecto incansable, con especial interés por el patrimonio histórico, es también experto en mudéjar y relojes de sol y coleccionista de arte

Honorio Aguilar, en su estudio de la calle San José / JOSÉ ÁNGEL GARCÍA

Honorio Aguilar, en su estudio de la calle San José / JOSÉ ÁNGEL GARCÍA

Sorprendemos a Honorio Aguilar (Sevilla, 1969) en plena mudanza a su nuevo estudio, en la calle San José, 11, donde la histórica sucursal de El Monte. El nuevo espacio es de clara vocación minimalista, aunque unos grabados antiguos de Andalucía revelan su otra condición de hombre amante de la Sevilla barroca y mudéjar. Este incansable doctor en Arquitectura, inmerso en proyectos de todo tipo (hoteles, pisos turísticos y residenciales, etcétera), trabaja sobre todo en la baja Andalucía (tiene otro estudio abierto en Cantillana) y Badajoz, donde ha dejado clara una concepción de la arquitectura extremadamente respetuosa con el patrimonio histórico, pero sin renunciar a los nuevos tiempos y oportunidades, como el turismo. Entre los muchos proyectos que tiene en marcha en la actualidad, destaca la rehabilitación de una casa de cargador de Indias en el Puerto de Santa María. Es un placer escuchar el mimo con el que ha restaurado sus dos relojes de sol, sus poco habituales columnas de mármol negro o un patio de chinos que han sido recogidos y colocados a mano. Capillita de El Valle, es uno de los organizadores del Festival Internacional de Arquitectura Open House Sevilla, que se celebrará entre el 21 y el 23 de octubre.

–Bonitos grabados.

–Mi colección de grabados de paisajes de Andalucía la he ido comprado por toda Europa (Londres, Estocolmo, Copenhague...). Fíjese en este tan curioso de la Giralda. Es de Georgius Houfnaglius, quien los hizo en 1565, tres años antes de que se colocase el Giraldillo sobre la torre, el 13 agosto de 1568. Sin embargo, la Giralda ya se representa con su veleta.

–Y esa escultura de allí debe ser del Equipo Crónica. Es usted aficionado al arte de todas las épocas, por lo que se ve.

–Hubo una época en la que compré muchísimo arte. Sobre todo cuadros del XVIII, aunque me gusta mezclar lo moderno con lo antiguo.

–Hablemos de patrimonio, turismo y ciudad. Uno de los peligros que se observan es la tematización de los centros históricos. Cada vez parecen más de cartón piedra.

–En las ciudades italianas el problema es brutal, un auténtico desastre. Es paradigmático el caso de Florencia. En su casco histórico no vive nadie y se han perdido todos los oficios tradicionales: forja, cuero, cerámica... Incluso las fiestas de la ciudad han perdido su identidad. Es como un enorme decorado. Todo el mundo vive en las afueras. En Sevilla, una ciudad muy parecida a Florencia, se está viviendo un proceso similar. Estamos como esa ciudad italiana hace 30 años. El centro se puede convertir en un parque temático.

–¿Y conoce alguna ciudad europea que esté consiguiendo sortear este fantasma?–Algunos modelos de ciudades suizas están funcionando bien. Por ejemplo, Berna. También en Holanda. Amsterdam, que hace 20 años tenía mucho encanto, es hoy un desastre debido al turismo masivo, pero otras como Utrecht ha sabido erigirse como un contrapunto a Amsterdam, con un modelo de ciudad muy interesante.

–¿Y cómo lo han hecho?

–Potenciando el uso residencial, pero sin renunciar al turístico.

El centro de Sevilla corre el peligro de convertirse en un parque temático, como en Florencia

–Está claro que del turismo no podemos prescindir. Genera mucho dinero y empleo. Usted mismo ha hecho muchos proyectos de hoteles y pisos turísticos.

–El turismo genera muchas cosas positivas, pero hay que saber canalizarlo. Por ejemplo, yo estoy desarrollando tres proyectos de hoteles en Sevilla. El primero es en el entorno de la Avenida de la Constitución, en un piso que era de oficinas, por lo que no resta capacidad residencial a la zona. Sin embargo, sí le da vida, servicios (tendrá bar y restaurante) y seguridad al barrio. Fíjese en lo que ha hecho Radisson en la Magdalena, es un ejemplo de integración en la ciudad, con su bar y su terraza completamente abierta a los ciudadanos.

–Me llama la atención esta opinión, porque ha sido un proyecto muy criticado por la mayoría. Yo el primero.

–Insisto en que no es un hotel hacia adentro, sino que se abre a la ciudad. Además, indudablemente se ha regenerado el espacio, independientemente de que nos gusten más o menos algunas de las opciones, como el pavimento elegido. El espacio está funcionando.

–Siga con sus proyectos de hoteles.

–El segundo, en un convento y puede ser una experiencia muy pionera en la ciudad. Se trata de mantener el uso del inmueble como convento, pero dejando un 20% del espacio para uso hostelero. No se trata de vaciar el convento y meter un hotel, sino de mantener en todo momento el uso religioso del espacio.

–¿Y el tercero?

–En la calle Betis y Pureza, el edificio anexo a la Casa de las Columnas. La zona más viva de la calle Pureza. Más Sevilla es imposible. Mi idea es hacerlo todo con materiales de la provincia de Sevilla: ladrillo, cal, tejidos... A mi promotor le ha encantado la idea. Es la idea del kilómetro cero. También queremos que todas las artesanías sean locales: orfebres, ebanistas, bordadores... Es una manera de mantener vivos estos oficios.

–¿Y quiénes son los inversores?

–Extranjeros. Para las empresas sevillanas estos inmuebles son muy caros. Sin embargo, para los inversores extranjeros Sevilla es un auténtico chollo. Uno de mis clientes más recurrentes es el francés culto.

Para el inversor extranjero Sevilla es un chollo. Muchos de mis clientes son franceses cultos

–Y tanto... a veces de forma peligrosa. Usted ha rehabilitado de forma muy respetuosa alguna villa de la Avenida de la Palmera, una vía que está sufriendo últimamente unas agresiones que la están distorsionando gravemente.

–Lo de la Palmera es un horror, demencial. Parece que se le está poniendo freno, pero lo hecho hecho está. Hay que repensar todos los errores. No podemos decir eso se queda así y punto. Si hay que demoler algo de lo nuevo se hace y se acabó. Lo peor es esa residencia verde de los palitos. Se podría reconsiderar la fachada, taparla con una barrera verde si es necesario. No se puede dejar así.

–Da la sensación de que se le ha perdido el respeto a la ciudad. La residencia que se está construyendo en Ramón Carande es un claro ejemplo.

–El error fue que el PGOU permitiese esa edificabilidad tan alta en las parcelas dedicadas a residencias estudiantiles. No creo que fuese para favorecer ningún interés económico, sino para revitalizar y meter vida en unas zonas de chalets con muy poca población. Pero, insisto, está claro que fue un error. La ciudad necesita ese tipo de pulmones sin uso, como también son los conventos. Yo haría un plan estratégico para que no se pudiese cambiar el uso de los veintitantos conventos que quedan en la ciudad. Son islas que hay que preservar. El error ha sido querer meter más población y querer dar nuevos usos a la Palmera, que no eran necesarios.

–Muchos no comprenden que ese tipo de urbanizaciones, como el Sector Sur, Heliópolis o El Porvenir, se puedan disfrutar aunque las casas sean privadas y no puedas entrar. Pasear por ellas es un auténtico placer, tanto por su vegetación como por su arquitectura.

–Heliópolis es un ejemplo a tener en cuenta de cómo se ha mantenido un barrio. En esto ha tenido mucho que ver tanto el plan de protección como los propios vecinos, que están muy identificados con el espacio. Se merecen un plan para mejorar la urbanización, cuidando mucho los pavimentos. Si un habitante no se identifica con su ciudad no hay nada que hacer. En esto tiene mucho que ver la belleza del lugar.

–Cambiemos de tercio. Me ha llamado la atención que su tesis doctoral trata del uso de la luz en la arquitectura mudéjar. Estamos acostumbrados a las iglesias oscuras, pero en origen eran muy luminosas. ¿Qué pasó?

–Tenga en cuenta que todos esos templos mudéjares, que se construyeron justo después de la Reconquista, sufrieron importantes transformaciones tras el terremoto de 1356, en el siglo XIV. Pedro I los reconstruyó, aunque todavía prevaleció la idea de que los templos había que orientarlos con la cabecera hacia Jerusalén, de manera que por la mañana entraran los rayos de sol por el ábside. Al atardecer, sin embargo, el sol se introducía por los rosetones de los pies de la Iglesia.

Heliópolis es un ejemplo de como se debe mantener un barrio. Los vecinos han tenido mucho que ver

–Estoy imaginando los efectos.

–No nos damos cuenta de que tenemos una ciudad condicionada por la luz, empezando por el antiguo decumano romano, con orientación este-oeste. Cuando se hicieron las iglesias mudéjares sobre las mezquitas almohades (que estaban orientadas al sur) se giraron sus ejes en dirección este-oeste, buscando Jerusalén. Fíjese como todas las iglesias mudéjares, menos San Gil, están en paralelo. Santa Marina, San Marcos, Santa Catalina, Omnium Sanctorum... Esto condicionaba completamente la ciudad, porque entonces las iglesias eran centros muy activos cultural, administrativa y religiosamente.

–Tendrían que ser unos templos muy luminosos.

–Mucho. El caserío era bastante más bajo y los ventanales de los ábsides estaban por encima del mismo. Además, en los pies de las iglesias había siempre un vacío urbano que permitía la entrada del sol al atardecer. Por otro lado, y esto es muy importante, entonces no había retablos y apenas capillas laterales, por lo que no se tapaban las ventanas. El cura, que oficiaba la misa de espaldas al pueblo, miraba hacia la luz. Los fieles estarían deslumbrados por ese contraluz, lo que unido al incienso y los efectos del sol sobre los objetos litúrgicos crearían una atmósfera muy especial.

–Hasta que llegó el Barroco...

–Bueno, ya en el Renacimiento se empezó a extender el uso del retablo en España. Los retablos empezaron a tapar las ventanas y la aparición de grandes fortunas vinculadas al comercio americano hicieron que proliferasen las capillas funerarias laterales que, como decíamos, también tapan las ventanas. Asimismo, empiezan a aparecer una serie de dependencias (casas rectorales, parroquiales...) que se van endosando a unos templos que antes eran completamente exentos. Todo esto contribuyó al oscurecimiento de las iglesias. Es cierto que en el Renacimiento también se utiliza la luz, pero no la orientación. En esta época la luz sirve sobre todo como un elemento más de modelado, para crear claroscuros como se ve en las grandes iglesias italianas. Con el Barroco, los bienes muebles que hay dentro de las iglesias adquieren más importancia que el bien inmueble en sí, que es el templo. Las ventanas incluso se tapan con grandes cortinas. La luz había dejado de ser un elemento de culto y había sido sustituida por la iconografía. Ahora, la mejor arquitectura religiosa vuelve a prescindir de la iconografía para potenciar el uso de la luz.

–En Sevilla cuesta encontrar buena arquitectura religiosa contemporánea.

–Estoy de acuerdo. Eso se debe quizás a los complejos de la ciudad, en la que todo lo que suene a nuestros estereotipos, como la arquitectura religiosa, es considerado como “cateto”. Lo mismo pasa con la cerámica... Todo lo que sea autóctono o tenga cierta tradición centenaria es desdeñado. Barcelona ha sabido valorar y exportar su arquitectura modernista y, sin embargo, aquí nos avergonzamos del regionalismo. Sólo muy recientemente se han empezado a hacer buenos catálogos y estudios de esta arquitectura. Es un complejo muy de las ciudades agrarias, como era Sevilla hasta muy recientemente. Lo mismo pasa en Córdoba o en muchas ciudades italianas, especialmente de Nápoles o Sicilia.

–Uno de los personajes que usted más ha estudiado es al gran arquitecto barroco Leonardo de Figueroa.

–Lo increíble es que Figueroa, al que debemos prácticamente toda la Sevilla barroca, sigue siendo un gran desconocido. Todo se lo debemos a él o sus descendientes: San Telmo, el Museo de Bellas Artes, El Salvador, la Magdalena, la Caridad... Tuvo mucho éxito porque no tentía ningún tipo de complejos, se inventaba las cosas como le daba la gana y no le ponía límites a su imaginación. Todos, la órdenes religiosas y la nobleza , querían sus servicios y le alquilaban casas para que pudiese vivir junto a las obras. Eso sí, tuvo todo tipo de conflictos y problemas con la justicia. Junto a sus descendientes reconstruyó el perfil de la baja Andalucía tras el terremoto de Lisboa. Ellos hacían los proyectos y los maestros locales ejecutaban las obras. La saga de los Ruiz Florindo, cuya casa en Fuentes de Andalucía restauré recientemente, cogieron el testigo en el agro andaluz.

En el Barroco, la luz dejó de ser un elemento de culto, como en el mudéjar, y fue sustituida por la iconografía

–No podemos terminar la entrevista sin hablar de una de sus grandes aficiones, los relojes de sol. ¿Hay muchos en Sevilla?

–Muy pocos para ser una ciudad con tanto sol. Lo que no se conoce no se valora y los años del desarrollismo fueron fatales para estos elementos. En espacios públicos o semipúblicos quedan dos en la Giralda, siete en la Catedral, los de la Casa Guardiola, el Parque de María Luisa (Plaza de América), la fachada sur de Omnium Sanctorum (un esgrafiado muy sencillo), la Iglesia de San Lorenzo, la capilla de San José (quizás el más llamativo de todos) y los dos de la Magdalena... Si te vas a Galicia, sin embargo, hay cientos. Hace unos años restauraron una torre en Cantillana y quitaron el reloj de sol tridimensional, que puede ser de origen romano. La justificación fue que era para evitar que se deteriorase. Ahora está en el museo local, el mismo que alberga el mosaico romano de los delfines encontrado hace poco, que es alucinante y merece una visita al pueblo.

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