Álvaro de Armiñán | Director de cine

“Rodar en Sevilla es complicadísimo”

  • Llegó a Sevilla con su padre para rodar la legendaria serie ‘Juncal’ y se quedó a vivir 

  • Especializado en TV Movies, es también autor de una novela sobre el Desastre de Annual

Álvaro de Armiñán, durante la entrevista.

Álvaro de Armiñán, durante la entrevista. / Antonio Pizarro

No debe ser fácil vivir con tantos antepasados ilustres, pero Álvaro de Armiñán (Madrid, 1959) lo lleva con naturalidad y contesta sin desesperar a la curiosidad del entrevistador. Su padre, el director de cine Jaime de Armiñán, estuvo dos veces nominado a los Oscar; su madre, Elena Santonja, fue la directora y presentadora del mejor programa gastronómico de TVE. Es descendiente del pintor Rosales, de un ministro de Alfonso XIII, de un escritor y crítico taurino... Él, tras unos iniciales escarceos con la Biología, escogió el camino cinematográfico de su padre, del que fue colaborador en proyectos como ‘Juncal’, la inolvidable serie de televisión protagonizada por Paco Rabal. Especializado en TV movies, ha sido director de proyectos como ‘Open Graves’, ‘La soledad del triunfo’, ‘La rueda’, ‘Segunda oportunidad’, o ‘La caída de Alejandra’, algunas de ellas rodadas en Sevilla, ciudad en la que se asentó en los ochenta y por la que se mueve en bicicleta. También es autor de la novela ‘El pintor de la derrota’, ambientada en el Desastre de Annual y editada por Samarcanda.

–¿Cómo terminó usted viviendo en Sevilla? Su familia no era de aquí.

–Llegué hace muchísimos años, demasiados, en 1987, junto a mi padre para hacer Juncal, la serie de televisión. Conocí la ciudad y la gente y me enamoré.

–Es decir, que entró por la puerta grande, porque ‘Juncal’, en mi modesta, insignificante y mesurada opinión, es la serie de televisión más grande que han visto los siglos (con el permiso de la británica ‘Retorno a Brideshead’).

–José Mota me dijo lo mismo hace un tiempo, algo que me llena de orgullo. Con la polémica que hay con la tauromaquia, ahora sería muy difícil rodarla. Pero Juncal era mucho más que una serie sobre el mundo de los toros. Tiene una serie de personajes maravillosos, entre quijotescos y shakesperianos. A mi padre le encantaba Shakespeare. Al igual que para el dramaturgo inglés, para él las mujeres eran muy importantes. La pareja que hacían Francisco Rabal y El Brujo eran Quijote y Sancho, uno representaba la sabiduría un poco enloquecida del torero y el otro la sabiduría popular.

–Suelo repetir que la gran tragedia no es que desaparezcan las corridas de toros, sino que desaparezcan los taurinos. ‘Juncal’ es una prueba exacta de lo que quiero decir.

–Hoy los toros son algo muy complicado y parece que no tienen mucho sentido. Pero es verdad que, como usted dice, genera unos personajes francamente especiales que desatan la imaginación de cualquiera que se dedique al cine o la literatura.

–¿De dónde surgió la idea de ‘Juncal’?

–Juncal se inspiró en las experiencias que tuvo mi padre con Antonio Bienvenida y su padre, Manuel Mejías Rapela, el llamado Papa Negro, que era muy amigo de mi abuelo Luis. Mi padre se crió en ese ambiente y lo que vio allí era alucinante.

‘Juncal’ se inspiró en las experiencias que vivió mi padre con Antonio Bienvenida y su padre, el Papa Negro

–¿Y quién era su abuelo Luis?

–Luis de Armiñán. Era periodista, crítico taurino y escritor. Fue hijo de Luis de Armiñán Pérez, que fue ministro de Trabajo, Comercio e Industria durante el reinado de Alfonso XIII. Escribió un libro llamado Vida de un matador de toros, que trata del Papa Negro. También tiene unas memorias de su infancia en Algeciras. Tengo algunas raíces andaluzas, mi bisabuelo Federico Oliver, fundador de la Sociedad General de Autores, era de Chipiona.

–¿De qué trabajó en ‘Juncal’?

–De auxiliar de dirección, era de las primeras cosas que hacía. Ahora echo la vista atrás y me doy cuenta de lo poco que sabía... Tenía 25 años y sólo pensaba en divertirme.

–Es impresionante el elenco de Juncal...

–Paco Rabal, El Brujo, Lola Flores, Carmen Sainz de la Maza, Fernando Fernán Gómez... Pedro Álvarez-Ossorio...

–¿Álvarez-Ossorio el dramaturgo sevillano? No lo recuerdo.

–Era muy joven y en el capítulo dos o tres era uno de los intelectuales que estaban con Carmen Sainz de la Maza y Fernán Gómez, que hacía de cura.

–¿Ha notado mucho cambio entre aquella Sevilla a la que llegó y la actual?

–Muchísimo cambio. Es una ciudad diferente. Para empezar, aquella ciudad era muchísimo más sucia.

–Pues es difícil, porque ahora...

–Entonces estaba mucho peor. Pero es cierto que había una autenticidad que se echa de menos. Siempre que miro atrás añoro aquellos años. Ya sabe: cualquier tiempo pasado fue mejor.

–Manejar a Paco Rabal tenía que ser complicado, ¿no?

–El equipo de dirección estaba en continua lucha para que no se escapara de noche y volviese a la madrugada hecho polvo. Cuando esto ocurría, al día siguiente teníamos que cambiar el orden de rodaje y mi padre se daba cuenta. “¡Ya se ha escapado Paco!”, decía.

Estábamos en continua lucha para que Paco Rabal no se escapara de noche y volviese de madrugada

–¿Que le enseñó su padre como director de cine?

–Un respeto absoluto por la interpretación de los actores. Hoy en día tenemos directores muy jóvenes y muy preparados técnicamente. Saben mucho de cámaras y esas cosas, pero se ponen delante de un actor y no saben qué decirle. Yo he tenido la suerte de criarme con una generación en la que se primaba el trabajo con los actores. Lo fundamental es escribir un buen guion y dirigir a los intérpretes. Después te puedes rodear de un equipo de técnicos que te ayuden a contar la historia.

–Su padre es uno de los grandes del cine español, ¿tiene predilección por alguna de sus películas?

–Por El nido, que estuvo nominada a un Oscar en 1981. Antes, Mi querida señorita había estado nominada en 1973. Le tengo mucho cariño a El nido, porque cuando se rodó en Salamanca yo estudiaba allí Biológicas y aún no me había metido en el cine. Estuve con mi padre en el rodaje. Después me fui a vivir ocho meses a Los Ángeles en casa de José Luis Borau y fue cuando le nominaron la película. Tuve la suerte de acompañarlo en todo el circuito de una película nominada: fui a la Academia, a varias recepciones y, sobre todo, estuve en la gala de los Oscar de 1981. Yo tenía 21 años y vi a Robert Redford recoger la estatuilla por Ordinary People; y a Robert de Niro por Toro salvaje... Me presentaron a George Cukor, el director de Historias de Filadelfia.

–¿Acabó Biológicas?

–No, solo llegué hasta segundo. Era un estudiante pésimo y me dediqué al cine. La verdad es que fui un poco vago, debería haber acabado la carrera. Lo que más me gusta es el campo. Mi sueño es ir a África con una cámara y rodar los leones de Kenia. Sin tener que aguantar a un equipo técnico ni a los actores (risas).

–Su madre, Elena Santonja, era la actriz y presentadora de ‘Con las manos en la masa’, uno de los primeros programas de cocina de España y que sigue estando muy por encima de lo que se hace ahora con muchísimos más medios. Inolvidable ver a los invitados fumar en la cocina.

–Lo siento, pero ha sido el mejor programa de cocina que ha habido jamás. Y tiene más de 30 años. Ahora te choca ver a la gente fumar y beber. Al final del programa siempre abrían una botella de vino para hablar de él y mi madre recibía cartas de algunos espectadores que la llamaban “borracha”. Era una gran cocinera y una gran señora, con mucha cultura. Era maravillosa. Murió en 2017 y me acuerdo todos los días de ella. Nos enseñó a todos los hermanos a cocinar y a amar la cocina.

–Por seguir con sus antepasados ilustres, es usted descendiente del gran pintor Eduardo Rosales.

–Era el bisabuelo de mi madre.

–Eduardo rosales es uno de los grandes pintores de historia de España, autor del famosísimo cuadro ‘Isabel la Católica dictando su testamento’, que está en el Prado. Y además tiene paseo y estatua en Madrid.

–Murió muy joven, con treinta y pocos años, si no hubiese sido mucho más grande de lo que fue. En casa siempre hemos pintado todos.

–Es usted un hombre polifacético. También tiene escrita una novela sobre el desastre de Annual: ‘El pintor de la derrota’ (editorial Samarcanda). Se basa en otro familiar, ¿no?

–Mi abuelo Eduardo Santonja estuvo destinado en África, porque no tenía para pagar la cuota para librarse de la mili. Como era pintor le mandaba cartas a su madre contándole su vida cotidiana. Esas cartas se acompañaban con dibujos. Eran unas cartas preciosas y a mí se me ocurrió escribir esa historia de un pintor al que le toca ir a pegar tiros a un país lejano en una guerra absurda.

–¿Y piensa escribir más?

–Sí, tengo pensada una novela basada en un cuento de Poe. Transcurre en un manicomio en el siglo XIX. También quiero escribir mis memorias entre 11 y 18 años en Pedraza de la Sierra, en Segovia. Es un poco Mi familia y otros animales de Gerald Durrell. Allí viví la época más feliz de mi vida. Como dijo Rilke, la infancia es la patria. En Pedraza tuve mis primeros amores, mis primeros paseos por el campo, mis primeras borracheras y decepciones grandes, la primera muerte de un ser querido... Allí tengo mi corazón.

Mi sueño es ir a África con una cámara y rodar los leones de Kenia. Sin tener que aguantar a técnicos ni actores

–¿Vuelve a menudo?

–Hace muchísimos años que no.

–Quizás, como dicen, nunca se debe volver a donde uno fue feliz.

–Me da miedo volver, pero tengo que hacerlo antes de morirme.

–Como director tiene varias películas. La primera en inglés, ‘Open Graves’.

–Me la encargó Antonio Cuadri, que entonces tenía una productora que quebró. Era una historia muy sencilla, un thriller de surfistas y chicos guapos, con la que se pretendía ganar dinero. Tenía todos los medios del mundo y para mí fue una experiencia brutal. Pero la productora quebró con El corazón de la tierra y cerraron. El juez embargó Open Graves y jamás se estrenó en cines. Lo mismo me hubiese cambiado la vida. La vio la productora de Mel Gibson en EEUU, les gustó y la querían distribuir. Pero no pudo ser. Sí está editada en EEUU en DVD y, de vez en cuando, me llega un dinerito por los derechos de autor. Aparte de esto, tengo unas cuantas TV movies, pero ninguna en cine.

–En Sevilla ha rodado, ¿no?

–Cuatro TV movies y ahora estoy con otra. Las dos últimas películas que he rodado en Sevilla, Segunda oportunidad y La caída de Alejandra las he podido hacer gracias al esfuerzo de mi querido amigo y socio Ignacio Delgado Zambrano, dueño de Saint Denis Producciones.

–¿Es fácil rodar en Sevilla?

–Rodar en Sevilla es complicadísimo, cada día más: los permisos, el turismo... el Barrio de Santa Cruz es una pesadilla para los rodajes. Ya prácticamente no se puede, a no ser que tengas millones de euros para cerrarlo. Para las cosas de época se suele ir ya a otras ciudades, como Carmona. Hay que echar una mano al cine en Sevilla. Después de Madrid y Barcelona, es donde más académicos del cine hay. No es casual que los Goya se hayan vuelto a celebrar aquí este año. El cine ya es una parte fundamental de la cultura de esta ciudad. Aquí hay una cantera de técnicos tremenda. No estaría de más que se pusieran más facilidades en Sevilla para rodar.

–Mucha gente le tiene una cierta manía al cine español.

–Eso es muy español, muy nuestro. Los franceses defienden su cine mejor que nadie... pero aquí no. Se habla mucho de que somos unos subvencionados, cuando el cine es una bandera cultural para cualquier país.

–Pero muchos se quejan de la politización de la ceremonia de los Goya.

–Es que los artistas están para reivindicar.

–Pero siempre lo hacen en la misma dirección, a favor de la izquierda. Este año no hubo una sola mención al ‘solo sí es sí’... y el país estaba que trinaba.

–Bueno, es verdad que quizás haya más cineastas de izquierdas que de derechas.

Estoy fascinado con ‘As bestas’, me parece una película sublime. Sorogoyen tiene un talento maravilloso

–Aproveche para reivindicar el cine español con algún título que no sea de su padre.

–Hay muchísimos... Furtivos, de José Luis Borau; Los santos inocentes, de Mario Camus; Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Almodóvar; ¡Ay, Carmela!, de Saura...

–Ahora se cumple el centenario de Forqué, director de películas inolvidables como ‘Atraco a las tres’.

–José María Forqué era el padrino de mi hermano. Mi padre fue guionista suyo desde muy joven. Forqué fue el primero que lo animó a dirigir. La primera vez que Verónica Forqué salió en una película fue con 16 años en Mi querida señorita, en la que baja unas escaleras con otra niña y el protagonista (José Luis López Vázquez), ya hombre, se gira y las mira.

–¿Y de la actualidad?

–Estoy fascinado con As bestas, me parece una película sublime. Sorogoyen es un tío con un talento maravilloso. Hacía tiempo que no veía algo tan bueno. No me importaría trabajar de ayudante de dirección con él.

–Por cierto, ¿qué hace el ayudante de dirección?

–Coordina todas las fuerzas vivas de una película, de manera que el director llegue se siente en una silla y diga: ¡acción!

–Es decir, el que se come los marrones.

–Exacto.

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